La llamada “excepción ibérica” nos hace a España (y también a Portugal) diferentes del resto de Europa. A mi esta situación me trae malos recuerdos, la verdad. Durante el franquismo España ya fue diferente (“Spain is different”, que popularizaron entonces las autoridades) y mucho: diferente por no tener democracia, diferente por la represión, diferente por el modelo económico, diferente por mantener sentencias de muerte, etc. Ahora, por suerte, lo que nos hace diferente es el precio del gas, cuestión menor al menos en apariencia pero muy compleja también, razón por la que voy a dedicar este átomo de la nueva temporada a intentar explicar qué es esto de la “excepción ibérica”, hasta donde yo he llegado entenderlo.
Echemos la mirada unos años atrás, a la Europa del fin de la Unión Soviética. Empezó una época de gran crecimiento económico, sin reconocer guerras en el horizonte (que acabaron produciéndose en los Balcanes), y cada país resolvió el tema energético a su manera y con modelos distintos. Por ejemplo, Francia lo confió casi todo a la energía nuclear en cambio Alemania fue más moderada en el uso de esta tecnología, y se hizo cada vez más dependiente del gas natural, barato entonces y de fácil acceso ya que Rusia era una gran suministrador en situación difícil, que necesitaba vender lo que fuere. Y en España el modelo fue diferente: unas pocas nucleares (muchas menos de las que había proyectado el franquismo y cuya implantación frenó la protesta ciudadana), la hidráulica (basada en pantanos del Régimen), las térmicas de carbón (que dada la baja calidad del nacional había que importar en grandes cantidades) y un desarrollo espectacular de las centrales de ciclo combinado, consumidoras de ingentes volúmenes de gas. Y unas anecdóticas renovables, sometidas al vaivén incierto de una legislación cambiante.
Los recursos gasistas propios de España sólo cubrían una pequeña parte de la demanda. Los países centrales europeos, cómodos con su disponibilidad de gas ruso, en ningún momento pensaron en prolongar sus gasoductos hasta la Península. ¿Qué hizo España (en realidad la iniciativa privada)? Primero construyó un gasoducto a través del Estrecho de Gibraltar, aprovechando su ventaja geográfica, para la importación de gas argelino; a la vez construyó plantas de regasificación (hasta seis, caso único en Europa) para tener un segundo suministro a través de barcos que transportan al gas licuado y que posibilitan la importación de puntos alejados (eso sí, a un mayor coste económico y ambiental). Y más recientemente construyó un segundo gasoducto marino a la altura de Almería, para recibir directamente el gas argelino sin tener que cruzar Marruecos.
Y esta es la imagen final: Centroeuropa utilizando gas ruso, España y Portugal suministrándose de Argelia o regasificando el gas transportado por vía marítima. Y entre estos dos conjuntos disjuntos, una Francia sin interés por el gas de modo que sólo hay dos débiles conexiones en la zona del País Vasco y el proyecto MIDCAT, un gran gasoducto de interconexión con Francia, quedó muerto hace unos años en Hostalric, ante la indiferencia francesa y también los reparos ambientales de las autoridades españolas (la hemeroteca no engaña). Por tanto, España y Portugal eran una verdadera isla en el mapa energético de Europa, con unos procesos propios para el suministro de gas, distintos a los desplegados en los restantes países.
La guerra de Ucrania ha desencadenado una crisis energética y económica sin precedentes. Y el gas ruso se ha encarecido y de acuerdo con las políticas energéticas europeas, también se encareció el gas que utilizamos en España (que solo en pequeña parte procede de Rusia). Era una situación absolutamente injusta: jamás se nos había permitido disfrutar del pastel del gas ruso y ahora teníamos que pagarlo. El Gobierno de Pedro Sánchez luchó durante meses para conseguir la “excepción ibérica”, que al final la Comisión concedió a regañadientes ya que supone la rotura de algunos de los principios básicos de la Unión Europea, como es el mercado único.
En definitiva, se trata de que el precio del gas en la Península Ibérica no esté sometido del todo a los avatares del precio del gas ruso y este objetivo se pretende conseguir mediante un tope al precio del gas que no tienen otros países europeos. Para ello, desde mediados de junio, el precio diario de la electricidad en el mercado mayorista se calcula en base a la diferencia entre el precio de mercado del gas natural y un límite que hasta el próximo mes de diciembre, estará situado en 40 euros el megavatio hora; partir del séptimo mes, el precio se incrementará en cinco euros al mes y de forma progresiva llegará a los 70 euros en el duodécimo mes de aplicación de la medida. Porque por ahora solo está previsto que seamos excepcionales durante un año.
A pesar de esta medida, el precio de la electricidad ha continuado muy elevado desde la entrada en vigor la excepción ibérica; en agosto creció hasta 395 euros/MGwh. Otros factores han incidido brutamente en el precio de la energía, pero es evidente que sin tope al precio del gas, la energía hubiera sido aún más cara como sucede en otros países de Europa. El tema es siempre ver al vaso como medio lleno o medio vacío.
Otra cuestión es quién pagará las compensaciones por este tope. La letra pequeña indica claramente que en parte serán todos los consumidores que se beneficien de la medida y seguro que todos los contribuyentes, vía presupuestos generales (como sucederá con la rebaja del IVA de la electricidad y del gas). Pero este es otro tema, no menos interesante.

Ferran Vallespinós
Doctor en Biologia i Investigador del CSIC
Alcalde de Tiana (1995’2007)
