The Famous Five (Canada)

Cómo 5 mujeres cambiaron Canadá con una taza de té

Este no es un relato cualquiera, no es el relato de una sola mujer, es el de cinco mujeres, que nacidas en la mitad del siglo XIX, y cuyas familias se habían trasladado a Canadá, cambiaron la historia del país. Estas cinco mujeres que ya tenían detrás una historia de defensa de sus congéneres, se encontraron en el estado de Alberta, Canadá, y allí comenzó una historia mientras tomaban té.

La situación de las féminas a principios del XX era compleja, algunas podían estar casadas o no, ser independientes o no, tener estudios o no, pero la mayoría buscaba nuevos horizontes internos, un nuevo sitio en esta sociedad que surgía con fuerza. 

Además, las mujeres vivían más que los hombres, cuya tasa de mortalidad, debido al trabajo en ocasiones peligroso, era mayor.  Ellas, viudas jóvenes en muchas ocasiones, no acostumbraban volver a casarse, cosa que los hombres viudos, al contario, sí hacían, dejando viudas muy jóvenes. 

Y como, a pesar de todo, el matrimonio era la salida más común, el divorcio no era una posibilidad, ni siquiera en situaciones de maltrato físico, el cual era prácticamente imposible de demostrar y sometía a la mujer a una situación insostenible socialmente.

Y si todo ello nos deja una situación difícil para las féminas, las mujeres canadienses nacidas antes de 1929 eran consideradas por ley como “no personas”. Cinco gobiernos declararon que las mujeres no eran elegibles para ser elegidas para el Senado porque no eran “personas”. De hecho, el derecho consuetudinario británico establecía que eran “personas en materia de deberes y penas, no lo eran en materia de derechos y privilegios”.

Y esta declaración, esta norma, hace que comience nuestra historia cuando en 1927, cinco mujeres, las famosas cinco, persuadieron al primer ministro MacKenzie King para que le pidiera a la Corte Suprema de Canadá que aclarara la palabra “personas” en virtud de la Ley británica de América del Norte de 1867. Cuando la corte canadiense rechazó su argumento el 24 de abril de 1928, las famosas cinco persuadieron al Gobierno de Canadá a apelar al Comité Judicial del Consejo Privado Británico. Allí, en ese momento, esas cinco féminas ganaron su caso y el 18 de octubre de 1929, las mujeres canadienses fueron declaradas legalmente “personas” y elegibles para ser nombradas en el Senado.

Pero comencemos la historia desde el principio.

Las famosas cinco (The Famous Five), también llamadas The Valiant Five o The Alberta Five.  Eran cinco sufragistas que se enfrentaron al poder político al querer ser reconocidas como personas.  Eran Henrietta Muir Edwards, Nellie McClung, Louise McKinney, Emily Murphy, y Irene Parlby.

En esos tiempos, a principios del XX, cuando las mujeres hacían campaña a favor del voto femenino y del derecho a que las mujeres pudieran presentarse a cargos electos, sus reuniones no eran vistas por los varones con buenos ojos, y, frecuentemente, estas reuniones eran interrumpidas por opositores varones. El problema era mayor ya que algunas de ellas estaban en las mismas de manera, podríamos decir, secreta, porque sus maridos o padres les habían prohibido asistir a las mismas.

Algo se tenía que hacer.

En este momento, una cosa común de su cultura inglesa, tomar el té, lo convirtieron en algo subversivo, eran las Pink Teas, reuniones de féminas con un propósito usual y normal, pero allí ellas, bajo este paraguas, hablaban de temas diversos que les resultaban importantes, y el más destacado era el derecho a voto.

Las reuniones tenían toda la parafernalia de una reunión de mujeres indefensas: adornos con volantes, tapetes y cintas rosas, todo muy común y femenino.  La clave, si aparecía algún curioso, opositor o peligroso, se cambiaba el tema de la conversación.

Ellas solamente estaban tomando té.

Pero, como ya hemos apuntado, las mujeres, en esa Alberta de 1929 no eran consideradas “personas”, con una interpretación un poco particular de la ley, que no determinaba de entrada sexo alguno, pero que el gobierno canadiense había identificado siempre con los hombres, persona igual a hombre, con lo cual las mujeres no lo eran y quedaban en un limbo indefenso legal.

Para tomar esta peculiar decisión el gobierno de Canadá se basó en unos argumentos que hoy consideraríamos del todo nulos, y que, en aquel momento, para aquellas mujeres también lo era: los hombres siempre han gobernado, por lo tanto, las mujeres son las gobernadas, y como tal, nada tienen que opinar.

Esta absurda norma se había rebatido continuamente, se había argumentado, pero el gobierno no cedía, las mujeres habían protestado y sólo consiguieron ser detenidas, siempre remontándose a una antigua ley inglesa que exponía que las mujeres no tenían derechos y privilegios, ello implicaba que no pudieran ser elegibles, en cambio si tenían obligaciones, penas y castigos.

Todo muy equitativo.

Las sufragistas del momento se oponían a dicha norma, ellas alegaban que con las misma la interpretación más directa suponía que las mujeres no eran “personas cualificadas”.

Había alguna forma de revertir dicho absurdo.

En dicho grupo estaba Emily Murphy, que desde 1916 era magistrada, de hecho, fue la primera magistrada de Canadá y del Imperio Británico.

Como conocedora de las leyes sabía que había una disposición muy poco conocida que formaba parte de la Ley de la Corte Suprema de Canadá: cuando cinco personas, actuando como unidad, realizan una solicitud a la Corte Suprema, pueden pedir la revisión de cualquier parte de la constitución.

El 27 de agosto de 1927, cuatro mujeres, que eran activistas conocidas por el derecho a votar, se reunieron en la casa de Emily, la reunión, naturalmente, se realizó tomando té, y firmaron una carta en la cual solicitaban al gobierno federal que remitiera ciertas preguntas a la Corte Suprema, una pregunta era si una mujer podía ser nombrada senadora.

El primer ministro del momento, William Lyon Mackenzie King, recibió dicha carta, una más pidiendo el voto femenino alegando desigualdad de derechos, y su respuesta fue clara, legalmente no era posible.

La carta fue enviada al Departamento de Justicia para recibir asesoramiento legal, y ellos aconsejaron se enviara a la Corte Suprema de Canadá con una sencilla pregunta:¿La palabra “personas” en la Sección 24 de la Ley BNA de 1867 incluye a las mujeres?

Una pregunta aparentemente sencilla, pero peligrosa.  Una pregunta que desencadenó una pequeña revolución, una revolución organizada por cinco mejores tomando té.

A este asunto pronto se le denomino el “Caso de las Personas”.

Era de sumo interés, o tal vez era solamente una histeria femenina del momento. Se debatió el 14 de marzo de 1928 y la Corte Suprema finalmente dictaminó que las mujeres no eran “personas calificadas” en relación con la Sección 24 de la Ley BNA.

El absurdo era mayor, todos estos varones eran hijos de no personas.

A pesar de ser un momento difícil estas cinco mujeres no se echaron atrás, era entonces cuando tuvo más fuerza su decisión, así que le pidieron al primer ministro Mackenzie King que apelara la decisión ante el Consejo Privado, y esto de acuerdo

De esta forma el 18 de octubre de 1929, Lord Sankey leyó la sentencia que había emitido en Consejo Privado: ciertamente las mujeres eran personas, y, por tanto, podían ser senadoras.

Fue un momento emocionante y a la vez crucial, era un reconocimiento de algo obvio que se mantenía como norma de un pasado ya no existente, una duda absurda.  Y Lord Sankey fue más allá: “La exclusión de las mujeres de todos los cargos públicos es una reliquia de días más bárbaros que los nuestros”.

Fue una decisión trascendental que llegó a todos los rincones del Imperio Británico, y por tanto todos los movimientos en contra del voto femenino, de las sufragistas, ya no tenían sentido: las mujeres tenían derechos inalienables, ni siquiera basados en normas legales que habían perdurado.  Y la palabra persona pasó de definir solamente género masculino, para incluir el femenino.  Las mujeres eran personas.

A partir de este momento la historia evoluciona con sus vaivenes y sus enfrentamientos, sus alegrías y sus tristezas, pero estas cinco mujeres (Henrietta Muir Edwards, Nellie McClung, Louise McKinney, Emily Murphy, y Irene Parlby) en una decisión de dar un paso hacia delante, haciendo algo tan británico como tomar el té, cambiaron los signos y decisiones de todo un imperio, el Británico.

Este es el hecho, y, a partir de ahora, durante las próximas semanas, veremos desmenuzada las vidas de estas cinco famosas mujeres que sin levantar la voz pusieron en pie a un imperio.

Las famosas cinco cambiaron la historia de Canadá mientras tomaban te.

Las próximas semanas descubriremos sus vidas.

Pero este hecho nos demuestra que cuando hay voluntad y constancia se pueden conseguir objetivos, ésto, por un lado, por el otro, que el uso de las palabras puede convertirse en restrictivo, pero no lo hace la palabra, lo hacen las personas, y, en este caso los hombres.

Yes, women were indeed persons and could become Senators.

Deixa un comentari