Una de las primeras voces en defensa de los derechos de las mujeres de Azerbaiyán
Azerbaiyán es uno de esos países de historia larga y compleja, crisol de pueblos y culturas, mestizaje, pero a la vez zona ambicionada y codiciada tanto por el norte como por el sur de su territorio. Tierra angosta, montañosa, en pleno Cáucaso y al lado de un mar interior, el mar Caspio.
Rusos, y luego soviéticos la controlaron, mejor o peor, turcos por el sur lo intentaron, compitiendo con los armenios por un lugar en la historia, y donde las diferentes culturas, con sus diferentes religiones dejaron una gran huella.
De esta zona lejana es Hamida Javanshir (en azerí, Həmidə Cavanşir) (1873-1955). Su nombre completo de nacimiento era Hamida Javanshir es Həmidə xanım Əhməd bəy qızı Məmmədquluzadə-Cavanşir.
Hamida nacerá en un territorio que formaba parte del Imperio Ruso, de ahí sus vínculos con el mismo, y, a lo largo de su vida, y tras un breve período de independencia tras la Primera Guerra Mundial, desde 1918 hasta 1920, será la República Popular de Azserbaiyán. En ese año, 1920, las tropas soviéticas entran en su territorio y se la anexionan, pasando a ser la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. No será hasta 1991, caído el régimen soviético, que volverá a ser un territorio independiente.
La historia personal de Hamida va, en cierto modo, vinculada a todos estos cambios políticos, que, aunque perteneciendo a una familia acomodada, no dejarán de afectarle.
Nació en la finca familiar el pueblo de Kahrizli, y era la hija mayor de Ahmad bey Javanshir (1828-1903), un historiador azerí, traductor y oficial del ejército imperial ruso, y de su esposa Mulkijahan. También era la tataranieta de Ibrahim Khalil Khan, el último khan gobernante de Karabaj. Ella y su hermano menor fueron educados en casa; y cuando tenía nueve años, una familia de tutores rusos vino a vivir con ellos para guiar su educación. A los 14 años ya estaba familiarizada con la literatura europea e islámica y hablaba ruso y francés con fluidez.
Pertenecía a una familia noble terrateniente, y su padre, Ahmad bey Javanshir, tuvo una gran influencia en su educación. Éste dirigía sus propiedades siguiendo un modelo tolstoyano, tratando a sus arrendatarios como dependientes en lugar de siervos. Estas ideas progresistas no le impedían golpear a su esposa cuando nació Hamida, decepcionado de que no hubiera tenido un niño. Pero dentro de sus contradicciones enseñó Hamida habilidades inusuales para una mujer del momento, como disparar.
En 1889, Hamida se casó con un nativo de Barda, el teniente coronel Ibrahim bey Davatdarov. Se establecieron en Brest-Litovsk (en la actual Bielorrusia). Pronto nacieron sus dos hijos, Mina y Muzaffar. Se dedicó a tomar lecciones de baile de salón y a estudiar alemán y polaco. En 1900, la familia se mudó a Kars, donde Davatdarov fue nombrado comandante de una fortaleza militar. Un año después murió, y se quedó viuda a la edad de 28 años. Ella deseaba estudiar medicina en Moscú, pero era prácticamente un sueño imposible.
Heredó de su padre la propiedad de Kahrizli y continuó con el negocio del algodón. En el testamento su padre le dejó sus escritos, y por eso, ella los llevó a imprimir, concretamente su obra histórica Sobre los asuntos políticos del kanato de Karabaj en 1747-1805, a Tiflis (capital de la actual Georgia) en la editorial Geyrat. La casualidad quiso de allí, conociera, en octubre de 1905, a Jalil Mammadguluzadeh, que en ese momento era columnista del periódico en idioma azerí Sharg-i rus.
Su marido era el editor de la revista satírica y anticlerical Molla Nasreddin, que había sido descrita como una “revista de vanguardia de la ilustración musulmana caucásica”.
La revista había sido fundada en 1906 y contaba con contribuciones de los principales escritores de la época. Hamida quedó particularmente impresionado por un artículo que él escribió promoviendo los derechos de las mujeres azerbaiyanas.
En 1907 se casaron y vivieron en Tiflis hasta 1920. Tuvieron dos hijos, Midhat en 1908 y Anvar en 1911.
Su unión fue cuestionada debido a la reputación de Mirza Jalil como provocador político y al origen noble de Hamida, recibiendo, incluso, amenazas de muerte.
Pero había un aspecto solidario de Hamida muy claro, ella, que había gozado y tenido grandes beneficios, era consciente de las necesidades de su pueblo, por eso, durante la hambruna de Karabaj de 1907, distribuyó harina y mijo entre los aldeanos y actuando en ocasiones como mediadora entre los armenios locales y los azeríes.
Ese mismo año fue invitada a mediar en una conferencia de paz, pero no pudo asistir debido a la oposición a que una mujer participara en política. Su propiedad había sido devastada por una hambruna y un brote de cólera. Apoyó a sus inquilinos horneando, trabajando en los campos y recaudando fondos para ayudar a las víctimas.
En 1908, Mirza Jalil, su marido, se convirtió en objeto de una fatwa emitida por los clérigos de Najaf, este hecho puso en peligro sus vidas, y por ello se vieron obligados a marcharse.
Y el mismo año funda una escuela mixta en su pueblo natal, que se convirtió que será la primera escuela azerí donde niños y niñas podían estudiar en la misma aula. Treinta niños y diez niñas de sus propiedades recibieron educación juntos. Cuando un brote de viruela amenazó a su comunidad, ella misma aprendió a administrar las vacunas. Celebró sesiones cada primavera para asegurarse de que los niños fueran vacunados, educando a los aldeanos sobre los beneficios de la vacunación.
En 1910, Hamida, junto con otras femeministas de la nobleza azerí de la ciudad, fundan la Sociedad de Beneficencia Caucásica de Mujeres Musulmanas.
En 1912, participó en una conferencia y allí presentó un documento sobre el cultivo del algodón a un auditorio de más de 500 agricultores varones.
Pero eran tiempos difíciles y un brote de cólera la llevó a trasladar a su familia a Shusha, el viaje fue complicado pasando por territorios enfrentados históricamente entre ellos. Ya en Shusha, estableció una fábrica textil con doce telares. La fábrica empleó a mujeres indigentes, y con ese salario se podían mantener sin necesidad de mendigar.
Pero la historia del territorio, como he dicho al principio, es compleja, y en 1920, las fuerzas bolcheviques toman el control del país. Hamida y su familia han de huir a Tabriz en Irán para escapar del conflicto. El viaje duró unos tres meses a través de terrenos peligrosos, pero contaron con el apoyo y protección de lectores de Molla Nasreddin. Y ya Irán, se realizaron siete ediciones de la revista, a pesar de la censura oficial de las autoridades iraníes.
En mayo de 1921, la familia partió hacia Bakú por invitación del gobierno soviético. En Bakú, Mirza Jalil reinició la publicación de Molla Nasreddin y Hamida se dedicó a restaurar su fábrica textil en Shusha. Se reunió con su marido en 1924, compartiendo el estrecho apartamento de Bakú donde se publicaba Molla Nasreddin.
Su vida sufrió una grave decadencia económica, y tuvo que evitar que su marido quemara sus propios manuscritos para poder calentarse, debido a la mala situación que estaban pasando.
Publicó una memoria en la década de 1930, Awake: A Muslem Woman’s Rare Memoir of Her Life and Partnership with the Editor of Molla Nasreddin, the Most Influential Satirical Journal of the Caucasus and Iran, 1907–1931, publicada póstumamente en 1967 y traducida al inglés por Hasan Javadi y Willem Floor. También tradujo poesía rusa.
Sobrevivió a dos de sus hijos: Mina en 1923 y Midhat en 1935.
Murió en Bakú en 1955.
Existe un museo dedicado a ella y a su obra en Kahrizli.
Hamida, como muchas mujeres del momento, a pesar de haber gozado de una buena educación y de medios económicos, se topó con el problema de ser mujer, las limitaciones que todos los gobiernos, en mayor o menor medidas, y que las diferentes visiones religiosas, le imponían por este hecho biológico, que nada tiene que ver con sus capacidades ni con su manera de actuar.
Consciente del papel sometido de las mujeres, con un padre culto, en ocasiones liberal, en ocasiones no, pero contradictorio, intento ayudar y superar los diferentes momentos que le tocó vivir, como azerí, como musulmana, como mujer, podríamos decir, como mujer culta, como mujer consciente de que algo no funciona bien en una sociedad que relega a las mujeres al último peldaño de la escalera social.
Y, nuevamente, la educación como eje fundamental, como eje y motor de vida y de futuro.
No todas habían tenido su suerte, y, por tanto, su formación, pero intentó, en un mundo cambiante y convulso, no olvidarse de ellas, esas mujeres que, socialmente, ni existían.