Dos pandemias: la del covid y la silenciosa

La llamada Agenda 2030 de Naciones Unidas es un compromiso que adoptaron casi 200 estados en 2015 y que plantea un desarrollo sostenible. Es decir: la mejora económica de toda la población del planeta bajo un modelo que implique el respecto a los valores naturales. La Agenda plantea 17 objetivos que tendrán que ser logrados en el horizonte del año 2030.

El sexto de estos objetivos está enfocado a “agua limpia y saneamiento”. Algunos datos son sorprendentes: 3 de cada 10 personas no tienen acceso al agua potable y 6 de cada 10 no disponen de saneamiento suficiente. Es decir, 2.400 millones de personas en todo el mundo no pueden hacer aquello que para nosotros forma parte de nuestra vida cotidiana: abrir un grifo y que salga agua que se pueda beber, con la que es posible cocinar y además asearnos. Ni tampoco pueden hacer aquel pequeño milagro de que  una vez hechas las necesidades, los restos desaparezcan milagrosamente pulsando simplemente el botón de la cisterna. Y tener agua potable y disponer de saneamiento no es cuestión de comodidad; es sobre todo un tema de salud, del que carecen prácticamente una tercera parte de los que vivimos en la Tierra. No es sólo tener que hacer largas caminatas en busca de agua, cargados con desproporcionados garrafones. Es, por encima de todo, cuestión de vida o muerte.

Como siempre que se produce una injusticia, los niños y niñas son las primeras víctimas. Según UNICEF, 4.000 niños y niñas mueren diariamente por enfermedades diarreicas asociadas con la falta de agua potable y de saneamiento; se calcula que los fallecimientos totales ascienden a 1,6 millones anuales (OMS), sin contabilizar otras enfermedades por falta de agua en condiciones como el cólera o la esquistosomiasis. Como se ve, un 90% de las víctimas se dan en la población infantil.

Estamos pues ante un pandemia silenciosa, tozuda año tras año,  pero que golpea lejos de nuestros confortable hogares. Una pandemia de fácil diagnóstico y para la que no hace falta ni hallar vacunas a contrarreloj, ni transportes a -80ºC, ni confinamientos, ni mantener distancias, ni mascarillas, ni millones de PCR’s, ni respiradores, ni toques de queda, ni confinamientos, ni grandes hospitales, ni siquiera comités de expertos. Con una mortandad semejante a la que produce la COVID-19, ni abre ni llena informativos, ni interesa a periodistas todólogos ni merece la atención política.

La humanidad muestra una predisposición enfermiza a sensibilizarse sólo ante los fenómenos espectaculares: tienen más repercusión mediática 300 muertos de golpe en una catástrofe aérea que los miles que mueren anualmente en accidentes de tráfico. Y aunque el número de muertos provocados en un año por la COVID-19 en todo el mundo es parecido al de las enfermedades asociadas a la falta de agua potable, este problema apenas merece atención mediática. Quizás una leve mención en el “Día del agua”…

¿Por qué algunas pandemias nos preocupan mucho (y con razón) y otras nos dejan indiferentes año tras año?. Seguramente subyace también un miedo egoísta: todos somos víctimas potenciales del virus y en cambio difícilmente nos vamos a morir de una diarrea en España. La pandemia por el virus atenta contra nuestra manera de vida y en la pandemia por falta de agua y saneamiento, los muertos se producen en África o Bangladesh. No son “nuestros” muertos. Así de crudo.

Lo que añade más sinrazón a la pandemia silenciosa es que conocemos cuál es la solución. Basta con construir conducciones de agua y redes de saneamiento, una técnica aplicada al menos desde el tiempo de los romanos. Y plantas potabilizadoras y depuradoras. Y cloro. Y floculantes. Y emisarios. En definitiva, sólo inversión económica, relativamente modesta por cada muerto evitado. Es sólo cuestión de prioridades políticas y de compromiso internacional con los países pobres. En nuestra indiferencia subyace un elevada dosis de hipocresía. Muchas cosas han de cambiar en el mundo (en la sociedad y en los políticos que la dirigen, que son también parte de la sociedad) para que en los próximos diez años podamos alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible que marca Naciones Unidas, entre ellos el acceso universal al agua potable y al saneamiento. ¡Ojalá me equivoque y se consiga!

(Mientras redactaba este átomo he conocido la muerte de Rafael Mantecón, un referente del saneamiento  y amigo. Descansa en paz)

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