Según datos publicados, la producción eléctrica creció en España en 2022 un 6,1% respecto a la de 2021; a la vez el consumo de electricidad descendió un 3 % en el mismo período. Y en plena crisis del gas, en parte provocada por Putin y su invasión a Ucrania, la aportación de las centrales de ciclo combinado (que funcionan a base de gas) produjeron en 2022 un 24,8% de toda la energía eléctrica mientras que en 2021 solo habían representado un 17,6%. Y para acabar de dibujar el panorama, se está produciendo un verdadero alud de proyectos (tanto fotovoltaicos como eólicos) para producir cada vez más energía eléctrica: el Gobierno ha aprobado, de golpe y antes de la fecha límite de 25 enero, proyectos para otros 28 GW de energía renovable, a los que habría que sumar los autorizados por las autonomías con proyectos de menos de 50 MW.
En resumen: cada vez consumimos menos electricidad (sin duda el incremento brutal de precios ha sido un factor para desactivar la demanda) y cada vez queremos instalar más centrales de producción (aunque sea renovable). Y en lugar de abandonar el gas, resulta ser que en 2022 hemos fabricado más electricidad que nunca a base de un combustible carísimo. ¿Estamos locos o es que los números están equivocados?.
Los números proceden de fuentes solventes (fundamentalmente Red Eléctrica Española, que es la encargada de controlar todo el sistema) por lo que los hemos de dar como válidos. Resuelta la duda, voy a intentar explicar todas estas contradicciones.
¿Por qué producimos más electricidad que la que consumimos? La energía, por ahora, no es acumulable a gran escala y la única macro-batería que disponemos son las centrales hidroeléctricas reversibles; es decir, centrales que cuando sobra energía eléctrica bombean agua de abajo a arriba de un embalse para que, en otros momentos, al desembalsarla vuelva a producir energía. La eficiencia es baja en el conjunto del proceso pero permite aprovechar excesos puntuales.
Sin embargo, la mayor parte del exceso eléctrico de 2022 ha sido exportado principalmente a Francia, ya que su bajada de producción por problemas con las centrales nucleares la ha convertido en importador de energía eléctrica. Desconozco hasta qué punto fabricar en exceso para venderla al exterior sea un negocio pero en todo caso, el balance en términos de sostenibilidad es negativo ya que los impactos asociados a la generación eléctrica se quedan en nuestro país. Salvando todas las distancias, es comparable a las granjas de cerdos para engorde cuyo producto se vende al exterior: los purines y la contaminación por nitratos de las aguas freáticas se quedan en casa mientras la carne se come en Alemania o los Países Bajos, libre de cualquier efecto negativo sobre el medio.
La elevada producción de las centrales de ciclo combinado se debe que el año 2022 ha sido atípico en cuanto a su meteorología, con escasas precipitaciones por lo que la hidráulica ha dejado de aportar de un modo significativo al mix eléctrico. Esta situación demuestra que nuestro parque de renovables es aún muy frágil y que la satisfacción de la demanda, hoy por hoy, solo se puede asegurar con el uso de combustibles fósiles.
En cuanto a un exceso de potencia instalada de electricidad “verde” frente a una demanda decreciente se explica fundamentalmente por la necesidad a corto plazo de sustituir la producción eléctrica que actualmente aportan las centrales nucleares y los mecanismos que utilizan combustibles fósiles. Pero la electricidad en solo un 20% del global del consumo energético en España; en consecuencia si también quiere actuarse en el campo de las combustiones (movilidad, industria, calefacción, etc) la mirada está dirigida hacia el denominado hidrógeno verde (pienso que un modo poco consistente) y dada la baja eficiencia energética del proceso de electrólisis del agua, hará falta muchísima energía renovable para producir tanto hidrógeno verde.
La pregunta es sencilla: ¿tendremos suficiente territorio (en tierra y en el mar) para tantos aerogeneradores y placas fotovoltaicas? Y, sobre todo, ¿se hará la transición energética, absolutamente necesaria, de un modo inteligente y participativo para no desencadenar la firme oposición de los territorios afectados?
El modelo de implantación actual parece caótico. Y la rebaja en las exigencias de la ley que regula el proceso de evaluación ambiental no parece el camino más acertado.

Ferran Vallespinós
Doctor en Biologia i Investigador del CSIC
Alcalde de Tiana (1995’2007)
