Metas de juventud

En un artículo anterior, titulado “experiencias de un joven en paro”, miraba de dar a entender las dificultades que encuentran las y los jóvenes al buscar un trabajo digno y de calidad que les permita alcanzar sus metas vitales y servir a la ciudadanía que les y las ha hecho como son. Ahora llega el momento de hablar de una forma algo más profunda de estas metas que se plantea la juventud, de estos objetivos que, por mundanos que sean, son indicativos de una buena calidad de vida.

Al contrario de la idea que intentan sembrar en la ciudadanía determinadas corrientes ideológicas, la mayoría de las y los jóvenes, lejos de querer vivir el ahora sobre todas las cosas, de priorizar la inmediatez del presente, buscamos aquello que nuestros padres y madres nos repetían, a veces con convencimiento, a veces como un dogma, de vivir un futuro en mejores condiciones que ellas y ellos. Con esto hablamos de un empleo estable, una vivienda digna, la posibilidad de formarnos por encima de la educación básica y poder contribuir, de formas distintas, a mejorar la sociedad en que vivimos. Al margen de los empleos, los cuales ya tocamos en el anterior artículo, la juventud nos enfrentamos a diversas barreras a la hora de crecer personalmente. En el momento en que por fin tenemos un trabajo y empezamos a pensar sobre emanciparnos, nos topamos con una realidad en que el sueldo de un trabajo a jornada completa de 40h semanales no nos permite abandonar la casa de nuestros padres. Tanto es así que menos del 20% de la juventud de entre 16 y 29 años ha podido alcanzar este objetivo. Es entonces cuando empezamos a escuchar en los medios enunciados como que las y los jóvenes están buscando “alternativas” para abandonar el nido, opciones que, bajo nombres simpáticos, sólo hacen que enmascarar más aún la situación precaria de las y los miembros más jóvenes de la sociedad. Hablamos, por ejemplo, de palabras como “co-living” o “house-sharing”, neologismos que intentan darle un nuevo aire a la inestabilidad sistémica de este grupo social.

Además de no poder independizarnos, tampoco tenemos la opción de formarnos más allá de la educación básica y obligatoria o aquella que nuestros padres y madres han conseguido darnos tras ahorrar durante años y apretarse el cinturón sobremanera. Aquellas personas que quieran estudiar una carrera universitaria, especialmente una segunda, o bien un postgrado o un máster se encontrarán con unos precios exorbitados y unas tasas abusivas que les abocarán irrevocablemente a hacer frente a los pagos con créditos, con apoyo de otros familiares o con la ayuda de becas. Como jóvenes, no nos cabe la menor duda que la educación es el ascensor social que nos puede ayudar a progresar tanto a nivel individual como colectivo, pero actualmente la barrera de entrada que supone el pago de estas tasas lo convierte en un privilegio al alcance de pocos.

Y aún con trabajos precarios, dificultades para independizarnos y trabas a la hora de estudiar, las y los jóvenes no abandonamos nuestras metas. Sabemos que pasaremos épocas difíciles, se nos culpará de la mala situación en que se encuentra la sociedad actual y se nos convertirá en dianas sobre la que descargar la furia y la frustración colectiva. Pero si algo sabemos bien es que esta generación ha crecido con los valores de personas que no se rindieron en ningún momento y trabajaron lo indecible para conseguir lo que hoy tienen. Nosotras y nosotros hemos vivido crisis de todo tipo, económicas y sanitarias, pero no podemos olvidar que esto no viene de ahora y nuestros padres y madres pasaron diversas épocas de desaceleración económica y aún así salieron a flote.

Los tiempos cambian, sí, pero la juventud, aún siendo parte muy afectada, siempre logra salir adelante.

Raül Martínez

Treballador Social

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