“En este país, que sin embargo es el mío, carezco de la autoridad requerida para hablar de asuntos serios, científicos o sociales, porque la pícara naturaleza no me concedió el privilegio de pertenecer al sexo masculino”
Con esta frase, dicha en el Sindicato Médico, Paulina Luisi, con una fina ironía, explica la situación de la mujer en Uruguay en que le tocó vivir.
Paulina (1875-1950), era hija de Ángel Luisi Pisano, de origen italiano, y que había sido militante liberal (acompañó a Garibaldi y estuvo en Francia durante la Comuna de Paris), además de ser miembro de la masonería, comenzó estudios de derecho que abandonó por su activismo político, había vivido en Italia, en Francia y posteriormente se trasladó a Argentina y Uruguay. Su madre era María Teresa Josefa Janicki, hija de unos exiliados polacos en Francia, y había realizado estudios en la Sorbona, trabajando en Francia de inspectora de enseñanza. Allí, en Francia, se conocieron y casaron los padres de Paulina, que posteriormente emigraron a Argentina, para trasladarse posteriormente a Uruguay, y acabarse instalando allí.

Los padres tuvieron una llamada “escuela moderna”, donde aplicaron métodos innovadores basados en la experimentación, en la observación de la naturaleza, las lecturas y la educación física.
Paulina nació en Argentina, y fue la mayor de ocho hermanos, seis chicas y dos chicos. Las seis hermanas estudiaron para ser maestras, y además algunas de ellas continuaron su formación: Paulina fue doctora en Medicina; Clotilde, la primera doctora en Leyes; Luisa, una poeta destacada; Inés, también médica.
A los doce años ingresa en un internado, el Nacional de Magisterio, donde irá adquiriendo los diferentes niveles hasta que, en 1894, y con 15 años recibe el título de título de maestra para impartir clases en tercer grado y en bachillerato, años atrás había conseguido el de primer y segundo grado.
Sus intereses no se paran aquí, maestra era una buena formación que podía dar un buen trabajo a una mujer, pero, siempre hay un pero, ella quería algo más, con lo cual en 1900 ingresa en la Facultad de Medicina, un sitio de hombres y para hombres, una mujer tenía poca cabida en este espacio de conocimiento de índole masculina. Con trabas, problemas, malas cara y dificultades, finalmente, y a sus 33 años, en 1908, consigue su título de médica, Doctora en Medicina y Cirugía, siendo la primera mujer de Uruguay en conseguirlo.
No era la primera mujer en su país que intentaba conseguir estos estudios, había habido casos anteriores a los que se negó esta posibilidad, ya que este no era su sitio, era el hogar y las llamadas labores femeninas.
Paulina encuentra un ambiente hostil, mal mirada por sus compañeros y profesores, como un elemento extraño invasor en un espacio única y exclusivamente masculino. Será el apoyo familiar, el constante ánimo de sus padres, y en especial de su madre, la que hará posible que pase de todo y prosiga, digan el que digan, diga el que diga la sociedad local.
“¡Cómo esa mujer se mete ahí en la Facultad de Medicina, con hombres a ver cuerpos desnudos, a tocar enfermos, a auscultar, a palpar! ¡Qué van a pensar de ella y de su familia, que es una loca!”
Una gran hostilidad, un gran rechazo, cómo era posible que una mujer fuera mejor que ellos, nacidos hombres y por tanto con más capacidad, ella lo expresaba con serenidad, “había compañeros que llenaban las paredes del hospital de leyendas poco agradables para mí”.
Hombres escandalizados de que una mujer pudiera atender y examinar a varones desnudos, algo imposible, algo fuera de la norma, algo que no debería de suceder.
Al principio su trabajo fue sencillo, ya que trataba a niños y mujeres, y por eso mismo también había muchas mujeres que no querían ser visitadas por un ginecólogo hombre, preferían una mujer. Pero al igual que le venían mujeres relativamente jóvenes, las más mayores no lo hacían, el motivo eran sus maridos, hombres mayores, que no lo veían bien y les impedían ir a esta consulta.
Paulina no es una rebelde, no es una mujer que va a montar escándalos, pero es una mujer culta, bien instruida, con un entorno liberal, masón, una mujer que desde su puesto de ginecóloga se preocupa por el cuerpo de la mujer, utilizado para el placer externo y para la procreación. Desde sus conocimientos médicos denuncia el comercio de mujeres, las enfermedades de transmisión sexual, defendiendo que tanto mujeres como hombres tienen una gran responsabilidad en cuanto al sexo, y las consecuencias del mismo, especialmente las enfermedades venéreas y los embarazos no deseados. Y como escritora lo plasta en sus textos: “Quiere el feminismo demostrar que la mujer es algo más que materia creada para servir al hombre y obedecerle como el esclavo al a su amo: que es algo más que máquina para fabricar hijos y cuidar de la casa, que, si es su misión la perpetuación de la especie, debe cumplirla más que con sus entrañas y sus pechos, con la inteligencia y el corazón, preparados para ser madre y educadora.”

En 1913 el presidente de la república, José Batlle y Ordóñez, le hace el encargo de estudiar medidas de higiene social en Europa. Paulina se traslada a Francia, allí, no solamente aprenderá temas médicos, sino que contactará con feministas europeas que en este momento es un movimiento en pleno auge.
A su regreso de Europa, con nuevas ideas y más energía, es más que nunca consciente de los cambios que se han de comenzar a implementar, no solamente en cuestiones ginecológicas, sino también, y especialmente, en el tema de la igualdad. Desde su trabajo diario en la cátedra de ginecología de la Facultad de Medicina, y desde su consulta y práctica hospitalaria, impulsa campañas en favor de la educación sexual y de la lucha contra la prostitución.
Como gran activista funda el Consejo Nacional de Mujeres en 1916 y la Alianza de Mujeres en 1919, ambas instituciones buscaban conseguir el voto de las mujeres.
Este Consejo Nacional de Mujeres fue posible a unas circunstancias políticas favorables en ese momento. Algunas fracciones políticas estaban a favor de otorgar el voto a las mujeres, y así lo exponían públicamente. Pero no todo fue bien, porque en 1916 ganaron las elecciones los grupos conservadores, teniendo la mayoría en la cámara, y por tanto esta decisión quedó relegada para otros momentos, había, parece ser, temas más importantes. Con cierta frustración lo explica Paulina en “Acción Femenina”, revista del Consejo Nacional de Mujeres: “Cuando oímos, como hace pocos meses, a los hombres encargados por el pueblo de reformar la carta magna de la Nación clamar con inconsciente suficiencia que la misión de la mujer es la guardia del hogar y la procreación de los hijos; pensábamos con amargura en el hogar de las sirvientas como nosotras mujeres.; pensábamos en los miles de mujeres que, a la par del hombre, pero con menos salario que él trabajan de sol a sol, en las fábricas y en los talleres; en las innumerables empleadas que de pie cruelmente obligadas a ello por un mezquino sueldo, pasan encerradas en los talleres; en otras más miserables aún que, al precio de un salario de hambre, cosen catorce y dieciséis horas para los registros; en las telefonistas, que con quince faltas en el plazo de 13 meses pierden la efectividad de su empleo y nos preguntábamos qué salvaje ironía o qué obtusa inconsciencia inspiraban las palabras de aquellos constituyentes que no tuvieron reparo en negar a la mujer el derecho a la vida ciudadana, en nombre del más sagrado de todos los deberes; pero que, a estas esclavas del hambre, siquiera en nombre de la maternidad humillada, no saben proteger como legisladores, ni muchas veces saben respetar como hombres”.
El periódico anarquista La Batalla, dirigido por María Collazo, se burlaba de las iniciativas de estas “mujeres burguesas” en conseguir el derecho al voto, remarcando que la gente dejaba de ir a votar porque se debía hacer una gran transformación social.
Paulina entiende las críticas, las analiza y es entonces en 1919 cuando funda la Alianza de Mujeres, que tiene por objetivo el sufragio femenino, el cual considera “piedra angular de todos los otros derechos”.
Desde ese momento Alianza de Mujeres comienza un programa de mejoras sociales, y en especial para que las mujeres puedan conseguir un trabajo digno. Su objetivo era captar al máximo número de mujeres trabajadores, ya que compartían problemas domésticos, laborales y sociales. Pero el diario Justicia en 1924 pone en duda sus intenciones, ya que el problema es la sociedad capitalista. “Ninguna actividad liberadora -por más inteligente que sea- podrá en la sociedad capitalista evitar que la mujer esté sujeta a tal dependencia. . . la mujer tiene obligaciones dobles. . . nosotros afirmamos nuestra fe de siempre en la liberación de la mujer obtenida sólo a condición del cambio de régimen”. Remarcando que las mujeres burguesas de la Alianza poco o nada hará para la liberación femenina.
Paulina se ve atacada en todos sus esfuerzos y empeños, la idea de la unidad femenina queda en cierto modo desvirtuada anteponiendo otros elementos legítimos políticos. Y así desde La Alianza responde: “No hay duda que la impaciencia revolucionaria no le deja ver. . . la labor fecunda de la Alianza. En toda cuestión social, lo primero que hay que hacer es empezar, es pues una cuestión de grados. Después de la conquista del sufragio, nacerán otras aspiraciones que conseguirán la transformación del régimen capitalista actual”.
La Alianza no solamente reivindica a las mujeres, saca a la luz pública la lucha interna dentro del Consejo, y cómo las mujeres son nuevamente utilizadas en aras a intereses políticos que son ajenos a ella y a su apremiante necesidad de cambio. La lucha interna está clara, y determinados sectores convirtieron el Consejo Nacional de Mujeres en un elemento político de un color determinado vinculado en muchas ocasiones a la presidencia. Paulina, que era socialista, se oponía rotundamente a este uso de la mujer, nuevamente, como un instrumento, como una pieza más en el juego de la política. Y por ello da un gran paso rompiendo públicamente con el Consejo.

Ella prosigue con la lucha por la conquista del voto de las mujeres, se crean comités, viaje intensamente, pero las dificultades son muy grandes, en muchos lugares se da cuenta que aun siendo conscientes de la importancia de poder votar muchas de ellas no se consideran capacitadas.
En 1933 hay un golpe de estado con Gabriel Terra, Paulina participa y colabora con los grupos opositores, a la vez que se involucra en colaboraciones solidarias internacionales como lo hace con la España republicana.
Otras feministas se adaptan al nuevo lenguaje conservador y consiguen ascender políticamente, ella lo rechaza, de tal manera que llega a recomendar a las mujeres que no voten en las elecciones de 1938 por entender que eran como ovejas de un rebaño para los políticos conservadores.
Los derechos de las mujeres en el país estaban reconocidos desde 1927, pero no fueron legales hasta 1932, este reconocimiento le pilló a Paulina en Madrid.
En las elecciones de 1942, en las que fueron elegidas las primeras cuatro mujeres del país, Paulina renunció a presentarse por el partido socialistas.
Paulina murió un 16 de julio de 1950, durante el llamado maracanazo (fue la victoria de la Copa Mundial de Fútbol fe 1950 en el que la selección de Uruguay ganó a la de Brasil, contra todo pronóstico, en el estadio de Maracá de Río de Janeiro), y por lo tanto desapercibida en el momento, pero recordada en el tiempo al coincidir las fechas. No hubo duelo, la gente estaba contenta y feliz, fue un final alegre e inesperado.
Paulina estuvo vinculada al Partido Socialista del Uruguay, fue en 1910 en Montevideo, y en él encontró un lugar donde manifestar sus inquietudes feministas y sociales.
Las causas que defendió fueron múltiples: la mujer en un todas sus vertientes (sexual, ginecológica, humana, laboral, doméstica, …), pero también fue defensora de la paz, oponiéndose a los fascismos europeos de la década de los treinta del pasado siglo.
Para Paulina la democracia es un punto de partida, no de llegada, a partir de ella hemos de desarrollar, de construir, todos los elementos de una sociedad más justa e igualitaria, comenzando por las mujeres, y, en especial, por las mujeres trabajadoras. Siendo consciente que hay que cambiar la educación, recibir los conocimientos y los instrumentos para que estas mujeres no sólo sean libres, lo cual es muy importante, sino que puedan decidir por ellas mismas sin ningún tipo de tutela.
“La educación femenina, lejos de despertar y desarrollar el sentimiento de la personalidad, tiende por el contrario a aniquilarlo, en obsequio de la más o menos posible realización social de mujer casada, es decir, de ser humano obligado por las costumbres y las leyes a un perfecto renunciamiento de sus anhelos y sus ideas ante la personalidad de otro ser a quien debe obediencia y respeto”.
Este es el legado de Paulina Luisi.