El covid19 nos ha despertado de nuestros sueños

Nuestra vida no permanece constante, inmóvil, es todo lo contrario, constantemente cambia a lo largo del tiempo, es decir evoluciona. Lo mismo sucede (no podría ser de otra manera) con el mundo, la naturaleza, la sociedad que vemos como se reinventa sin parar. La irrupción y protagonismo del covid19 es la última evidencia, por no mencionar el cambio climático, los desbarajustes sociales, etc. Sin embargo, a pesar de esta aparente y constante evolución, los humanos nos resistimos a las transformaciones y a los cambios, amparados en viejas creencias o tradiciones y por la desconfianza que genera toda modificación, que en el fondo nos lleva al miedo de lo desconocido.

Si los cambios son necesarios e inevitables, como consecuencia del dinamismo que fluye entre los diferentes componentes de cualquier sistema, entonces deberíamos ser más permeables a los sucesos que nos rodean. De este modo facilitaríamos nuestra propia adaptación activa a todo aquello que, como consecuencia del empuje de la vida, tiende a irrumpir en nuestra existencia. Por otro lado, si nos atenemos a los hechos, los muchos inventos y las adaptaciones de todo tipo de los humanos, muestran sistemáticamente un especial ingenio y habilidad frente a la adversidad. Por tanto, ¿por qué no somos más optimistas frente a los retos y acontecimientos que se avecinan?

También es cierto (o al menos así lo creo) que algo ha cambiado sustancialmente con respecto al mundo tradicional de nuestros ancestros. Por ejemplo, no dejan de anunciarse voces contradictorias acerca de los efectos de los avances de la tecnología. Es la propia tecnología con sus permanentes avances, la que nos invita a reflexionar acerca de la mutación subjetiva que surge cada día ante el renovado encuentro entre el humano y la tecnología. Una mutación, además, creada por nosotros mismos, convertida en tsunami económico, político y social, de consecuencias imprevisibles. Al amparo de la técnica, suplantamos (¿definitivamente?) a los dioses por los egos humanos, convirtiendo en dogma de fe esa idea «feliz» de que todo es posible y para todos en el planeta Tierra.

Ahora bien, si nos remitimos a los grandes acontecimientos que cambiaron el curso de la humanidad (el fuego, la aparición del lenguaje, la recolección y domesticación de animales, el pasaje del mythos al logos o incluso el inicio de la Modernidad, de la mano de los filósofos racionalistas), ninguno de ellos gozaron de esta supuesta capacidad de poder que la técnica y la ciencia actuales otorgan a la humanidad. No olvidemos que el hombre de antaño no podía ser concebido sin la naturaleza ni los dioses (que más tarde se convirtió en un Dios único). En este sentido, todas las tradiciones y rituales que amparaban y cimentaban los vínculos humanos hasta hace bien poco, estaban permeabilizadas por esa fuente de lo sagrado, que ahora, de manera vertiginosa, ha sido eclipsada en favor del objeto, el puro goce y el ansia de poder.

Podríamos plantear, que el siglo XX, y lo que conocemos del XXI, constituyen el experimento de mayor calado social y cultural de la historia humana, gracias a la ciencia, la técnica y (todo hay que decirlo) el empuje del capital. Y cuando aludo a la expresión «experimento», quiero decir sin garantía alguna de ningún tipo de resultado, puesto que no tenemos ningún referente previo, que era, justamente, lo que siempre encontrábamos en la tradición. El rechazo y la negación de cualquier valor tradicional, es tan evidente ahora, que es como si quisiéramos empezar desde el principio.

Dicho de otro modo: el vértigo que asola en la humanidad y que resulta tan difícil de calmar, es la consecuencia de un salto sociocultural al vacío, sin precedentes en nuestra historia. Ese salto está regido por la técnica y el progreso global (no siempre evidente) que ha ido dinamitando todos los recursos del planeta, las relaciones familiares y sociales clásicas o las identidades y modelos de goce más convencionales. Tal vez sea éste nuestro verdadero problema: la incapacidad para afrontar todos estos cambios sin poderlos comparar o referirlos a lo que previamente ha existido. ¿Cómo podremos vivir el día a día si nada del pasado nos sirve de apoyo?¿Habrá que inventarse todo desde una nada que ya no emite palabras ni directrices, una vez que los dioses se han alejado de nuestro lado (¿para gozar ellos también a solas con su ocio?).

Sin referentes y ligeramente apoyados en un simulacro de mundo en el que las apariencias, las ficciones y las mentiras prevalecen sobre cualquier tipo de ideal o referencia. Lo cierto es que la fragilidad de la condición humana, que siempre ha existido, parece encontrarse en este momento en una encrucijada inédita, de la que no parece que tengamos ninguna respuesta convincente acerca de nuestro porvenir.

El advenimiento brutal de la pandemia provocada por el covid19 y sus todavía desconocidas consecuencias, son algo más que una simple infección o una de las muchas enfermedades que nos han asaltado en el pasado. El covid19 ha mostrado nuevamente y sin disimulo nuestra vulnerabilidad y la pura fantasmagoría en la que creíamos gobernar nuestro reino de poder. Además, ha sacado a la luz, que nuestros sueños de dioses y de promesas eternas, no son más que quimeras de una humanidad que ha destruido demasiadas cosas valiosas sin reemplazarlas por entes de valor y compromiso humanos.

Ante esta coyuntura creo que la lección que convendría aprender y legarla a la humanidad, sería hacer de la inconsistente condición humana, el deseo de vida y la imposibilidad serena, los impulsos que nos llevasen a un mundo nuevo y mejor. ¿Creéis que sucederá?

Temi Vives Rego

Biòleg i professor honorífic de la Universitat de Barcelona

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