El ecoturismo. ¿Un pilar de la recuperación verde?

En primer lugar, ¿qué es un ecoturista?. Según el Observatorio del ecoturismo en España y con datos de la encuesta de 2019, un ecoturista es un hombre o mujer de 39 a 65 años, con estudios superiores, poder adquisitivo medio o medio-alto y en situación laboral activa, que viaja con frecuencia a los espacios naturales  (al menos una vez al año pero con mucha probabilidad entre 2 y 4 veces al año) y pertenece a alguna asociación, no necesariamente ambiental (también deportiva, humanitaria o cultural).

Es decir, el perfil de alguien sensato y con posibles (según la encuesta, con un gasto medio de 121,80 €/día entre alojamiento, comidas y resto), muy alejado del turista de borrachera y “balconing” propio de otros destinos turísticos masificados. Es decir, un interesante objeto de negocio.

No obstante, este estudio de la demanda procede de los resultados de 751 cuestionarios realizados en todo el país. Francamente, parece un trabajo de observación poco intenso y podría dedicarse un mayor esfuerzo a la obtención de datos más ajustados a la realidad.

Otro dato a tener en cuenta: de las 3,5 millones de plazas turísticas que se estiman en España (datos de 2016), sólo unas 165.000 se corresponden a alojamientos rurales, asimilables a plazas para ecoturistas.

Evidentemente la pandemia que padecemos (el maldito COVID-19), que tantos escenarios ha cambiado, también lo ha hecho sobre el ecoturismo por lo que parece. Observaciones personales en el Matarranya y comentarios de quien vive en la zona, este año los destinos rurales han tenido mucho más éxito o, al menos, la crisis ha sido manifiestamente inferior al del turismo de sol  y playa. Creo que las razones son fáciles de suponer: el turismo rural es básicamente “nacional” y de proximidad. Además, las ansias de un entorno natural y abierto después de las angustias del confinamiento han propiciado una mayor  ”demanda” de naturaleza.

En este contexto, y con escasez  de datos objetivos, hay quien ya vislumbra que esta crisis es una oportunidad para que el ecoturismo se convierta en una pieza fundamental de la oferta turística de este país. Es decir, convertir al ecoturismo en uno de los pilares e la reconstrucción verde, Ante tan buenos deseos, que pueden crear falsas expectativas, quisiera hacer tres reflexiones en este átomo, no derivadas de un pesimismo militante sino basadas puramente en el conocimiento.

  • Las crisis actuales exigen soluciones ya o a muy corto plazo. Los productos ecoturísticos requieren muchos años para su definición y comercialización (hay quien habla de 20 años) y no se improvisan en unos días. Un recurso requiere infraestructuras para su uso (de alojamiento, por ejemplo) y muy probablemente para su acceso. El problema actual no se soluciona a un horizonte de décadas.
  • En el balance, la gran mayoría de los 3,5 millones de plazas se sitúan en la costa. No es viable pensar que la solución a la crisis está en un desplazamiento hacia el interior (donde se localiza el turismo rural) y que en estos momentos sólo dispone menos de un 5% de estas plazas. Si pretendemos transformar el turismo de “sol y playa” en “ecoturismo”, ¿qué hacemos con lo que ahora está en la costa?.Es evidente que ha de ser una solución en dos ejes.
  • Y por último, y más importante para mí. El ecoturismo se basa en la naturaleza, que es frágil y tiene una limitada capacidad (la denominada “capacidad de carga” de la que tan poco se habla en algunos foros). Es temerario impulsar el ecoturismo en una determinada zona sin haber analizado antes a fondo cuál es la capacidad de acogida (perfectamente estudiada en los Parques Nacionales) de los valores naturales que se quieren convertir en recurso turístico. También en el ecoturismo se puede morir de éxito como sucede en El Parrizal algunos días de verano. No basta con hacer pagar cada vez más para acceder a un espacio; la regulación ha de basarse en conocimiento científico y según criterios de sostenibilidad (de la seria).

Es lo que modestamente pienso.

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