Os sitúo. Los amigos de Cortum me piden un átomo. Me siento en mi despacho, enciendo la luz y el ordenador; pienso un rato. Me inspiro y empiezo a escribir. De vez en cuando acudo a Google para consultar algún dato. Frecuentemente una página me lleva a otra y navego unos minutos por internet. En una hora acabo con el átomo; lo repaso. Compruebo de nuevo un dato por lo que de nuevo navego. Al final quedo moderadamente satisfecho, abro mi correo y lo envío. Todo parecen acciones inocuas en relación al cambio climático. ¿Pero realmente es así?
No. Aparte del consumo energético (luz y calefacción si hace frío) para poder hacer lo que he hecho hace falta al menos lo siguiente: la existencia de dispositivos electrónicos que utilizan materiales contaminantes, que se hayan instalado antenas y redes de fibra óptica además de grandes centros de datos que sean capaces de acoger mega-ordenadores para almacenar una información que crece exponencialmente (se calcula que sólo en EUA hay casi 10.000 centros de datos), edificios que son consumidores de grandes cantidades de energía. Y aunque este pobre pecador haya hecho un pequeño consumo de toda esta parafernalia, al ser 4.500.000.000 los usuarios de internet, al final el impacto es considerable. Por tanto, utilizar internet no es inocuo para el planeta Tierra.
Según datos que he podido consultar (navegando, claro) el mundo digital supone un 4,2% del consumo energético mundial con una contribución del 3,8% a la emisión de gases con efecto invernadero (GEI), que son los que provocan el cambio climático. De estas emisiones, un 30% corresponden a los centros datos, un 40% a redes y antenas y un 30% al uso de dispositivos. Para que nos situemos con estas cifras, un 3,8% de emisión de GEI es equivalente a lo que producía la criticada aviación cuando era lo que era antes de la pandemia.
La tendencia es, a mi modesto entender, al empeoramiento. Por ejemplo, la moda del “streaming” supone ya el 60% del consumo de internet; estos inocentes vídeos en directo (según “The Shift Poject” de Francia) representan el 1% de los GEI a nivel mundial. Móviles cada vez con más memoria para poder descargar pesados vídeos (bastante de ellos pornográficos) hace que aumente el consumo digital (más redes y más centros). El incremento de la prensa digital y el arrinconamiento del papel tampoco es inocuo; alguien debiera hacer el cálculo de si este cambio cultural ha incrementado los GEI. El uso de Youtube (con todo tipo de vídeos absolutamente prescindibles) se estima que ya supone unas 230 Tm de GEI al día. Y ya para provocar: qué uso de Internet hacen los expertos del IPCC para elaborar sus contundentes informes sobre cambio climático y cuál es su contribución a los GEI.
También la pandemia es otro factor negativo en relación a internet. Las multi-conferencias familiares, las sesudas reuniones por Zoom o cualquier otra plataforma, las vídeo conferencias como forma normal de comunicación…hace que el gigante tecnológico se desarrolle sin límites al horizonte.
A punto de acabar el átomo y mandarlo, una última reflexión. Lo que acabo de hacer tan fácilmente, no cualquier ciudadano del mundo está en las mismas condiciones. En la Unión Europea, el 93,5% de habitantes son usuarios de internet; en Etiopía, sólo 1,92% y en la República Popular del Congo, un 2,2%. En consecuencia, hay una brecha en el uso de las tecnologías de la información que determina que a un etíope o a un congoleño (aunque tenga mi misma inteligencia y capacidad de provocación), estadísticamente le va a costar muchísimo más que a mí escribir una pequeña reflexión para Cortum. No es justo, Internet ha creado una nueva desigualdad que afecta a ámbitos importantes de la vida y del desarrollo de las personas.
Falta sólo poner título al átomo. En Internet (navegando, claro) he encontrado uno que me parece muy adecuado y del que me apropio: ¡“e-pócritas!