Las consecuencias no deseadas de nuestras acciones en la “virosfera”

El “asunto” del Covid-19 (que sea dicho de paso lleva de cabeza a todo el mundo) es un fenómeno que sigue la “ley implacable de la naturaleza”. Una ley tan precisa y predecible que ya en 2012, inspiró al escritor y divulgador científico David Quammen a predecir a grandes rasgos, la situación en la que nos encontramos. En su libro “Spillover” escribió: “… las enfermedades del futuro, son motivo de gran preocupación para los científicos y expertos en sanidad pública. No hay motivo alguno para creer que el SIDA quedará como el único desastre global de nuestra época, causado por un extraño microbio que procede de un animal. Cualquier vaticinador bien informado ya habla del próximo gran evento, como un hecho inevitable. ¿Será causado por un virus? ¿Aparecerá en la selva tropical o en algún mercado de China meridional? ¿Generará treinta, cuarenta millones de víctimas?” Hoy sabemos que Quammen acertó en su presagio.

La naturaleza tiene una lógica interna y dentro de ella se ha instalado el coronavirus. Otro de los méritos de Quammen, en su Spillover, es el hecho de haber enfocado con claridad los nexos que existen entre la naturaleza del virus, las epidemias y las características de la sociedad que los humanos han desarrollado y en la que están inmersos. Todas las epidemias que nuestro planeta ha sufrido en las últimas décadas no han sido meros accidentes. Ébola 1976, SIDA en 1976 y 1986, Hendra en 1994, SARS en 2003 y COVID-19 en el 2020, han sido la consecuencia (eso sí, no deseada) de nuestras acciones.

¿Qué es lo que conecta esas epidemias con la naturaleza y nuestra cultura occidentaliza? Primero, las actividades humanas que destruyen los ecosistemas naturales a velocidades alarmantes. En estos ecosistemas viven millones de especies de animales, plantas y microorganismos, en gran parte desconocidas para la ciencia actual. En segundo lugar, de entre esos millones de especies mayoritariamente desconocidas, los microbios (virus, bacterias, hongos, protozoos y otros organismos, que en su mayoría viven parasitando a animales, plantas y humanos) a pesar de que no los podemos observar con el ojo desnudo (si con microscopios ópticos y electrónicos), están en todas partes y su número y biomasa total supera con creces la del resto de seres vivos.

En tercer lugar, la destrucción actual de los ecosistemas parece traer entre sus muchas consecuencias, la de generar cada vez con más frecuencia, un número cada vez mayor de patógenos en ámbitos cada vez más extensos.

Para explicarlo de modo simple, allí donde se talan bosques y destruye la fauna natural, los agentes infecciosos se diseminan e intentar parasitar nuevos animales o humanos a los que infectar. Un parásito al que se le reduce o priva de su vida habitual tiene dos opciones: o encuentra un nuevo hogar (en términos científicos un nuevo huésped) o se extingue. Por lo tanto, hemos de entender que hemos sido nosotros los humanos, los que nos hemos convertido en un problema para el resto de los seres vivos.

Se denomina “virosfera” al conjunto de todos los virus que existen en la Tierra y es un ámbito que desconocemos en su mayor parte. Lo que si hemos empezado a vislumbrar es que difícilmente podemos entender el funcionamiento de la vida hasta que no comprendamos el papel que estos diminutos organismos desempeñan, tanto en la evolución como en la dinámica de la biosfera.

El ciudadano de a pie, es informado de los virus cuando estos generan enfermedades y pandemias. En ese momento se les demoniza por ser extremadamente peligrosos, como también se hace con las bacterias o las levaduras. Hoy sabemos que una gran mayoría de las bacterias, levaduras y virus, no solo no son dañinos para los humanos, si no que nos aportan grandes beneficios. Por ejemplo, las levaduras y bacterias producen pan, vino, cerveza, embutidos, aliñados y protegen a nuestra piel e intestino de patógenos que nos causan enfermedades. El material genético de los virus se incorpora a los genomas de sus huéspedes (animales o humanos) generando un flujo horizontal de genes que en la mayoría de os casos no generan daños y empezamos a entrever que desempeñan un papel fundamental.

El reto de entender la virosfera es enorme. Quizás, cuando lo logremos, nuestra visión de la vida y de nosotros mismos habrá cambiado radicalmente. Los virus son posiblemente los agentes más activos en la diversificación de la vida y se encuentran en todos los medios terrestres y mares: glaciares y desiertos, aguas continentales o cuevas profundas. De hecho, donde quiera que haya una vida celular cualquiera, abundan los virus. Un número creciente de virólogos han resaltado no sólo la increíble cantidad de virus presentes en la Tierra, sino también el papel increíblemente activo de los virus en la evolución, en el pasado y en el presente.

¿Quién nos lo iba a decir?

Temi Vives Rego

Biòleg i professor honorífic de la Universitat de Barcelona

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