Tengo muchas sensaciones a medidas que pasan los días y se mantiene el estado de alarma y el confinamiento de la población. Algunas son de cansancio y hartazgo ante una situación inesperada hace unos pocos meses, en enero por ejemplo, cuando nuestro mundo de entonces se agotaba en si Sánchez conseguiría formar un gobierno de coalición con Podemos, cuándo se iba a convocar la llamada mesa de diálogo con el Govern de Catalunya y en cuántas decimas iba a bajar nuestro PIB en 2020 (porque entonces unas décimas era un drama y ahora estamos ya por encima de una decena). Estábamos navegando como el Titanic: hacia el choque con la masa de hielo, que inexorablemente le estaba aguardando, sin que la tripulación y los confiados pasajeros lo supieran. Ningún profeta, ni religioso ni civil, fue capaz de predecir el hundimiento inmediato de nuestro modelo social.
El hombre estaba convencido de su poder sobre la Tierra. Su inteligencia, asociada con la capacidad de uso masivo de la energía, habían sido los factores que en los últimos 150 años le habían convertido en la especie dominante, con ganas de explorar espacios más universales. No obstante, la naturaleza se encargaba de dar pequeños avisos: el llamado cambio climático (¿alguien recuerda ahora la fracasada conferencia chilena en Madrid y la Greta avanzando hacia ella en catamarán?) daba síntomas de descontrol en el sistema atmosférico, especies invasoras que aparecían donde no debían, incendios inmensos que acababan con grandes extensiones de ecosistemas… Y de repente aparece un organismo, el más pequeño de todos, a caballo entre la pura química y la vida, y organiza una pandemia solo comparable a la peste negra que en el Siglo XIV redujo en un tercio la población de Europa. Y como entonces, setecientos años después, sólo el encierro y el aislamiento ha sido la medida eficaz por ahora.
Aún es muy pronto para extraer conclusiones científicas sobre el proceso de contaminación vírica pero todo apunta a que la facilidad de movilización, la llamada globalización, ha sido un factor positivo de extensión de la enfermedad. En todo caso, lo primero que han cortado las autoridades han sido los desplazamientos. Otra paradoja: un virus favorecido por nuestra forma de vida. Estoy seguro que nada será como antes y que viviremos constantemente en el peligro que otro virus nos ataque. Tan sólo espero que hayamos aprendido algo de nuestra desgracia actual, al menos que la salud y la ciencia no admiten jamás ser objeto de recortes.
En medio de tanta desgracia, la pandemia también nos brinda la oportunidad de un gran experimento científico a escala mundial. Ya hemos visto que si no hay movilidad la contaminación atmosférica (y con ella el cambio climático) se reduce. Pero meses con gran parte de la población mundial sin apenas consumir petróleo, sin visitar las costas, sin pisar los bosques, sin anclar la flota deportiva sobre praderas de fanerógamas, con una reducción significativa en la extracción pesquera, etc. ,, tendrá sus efectos en los ecosistemas naturales. Es decir, sin buscarlo asistimos a un experimento único, imposible de plantear a no ser por el virus.
Pienso que sería necesario que el sistema científico aprovechara esta situación única. Serviría para extraer conclusiones fiables en cómo reacciona la naturaleza si se reduce la huella ecológica. Porque visto lo visto, mucho me temo que nuestro futuro vivirá situaciones de alarma no sólo provocadas por virus…
Benvolgut Ferran,
serà crucial que gestors, empreses i científics segueixin la teva lúcida reflexió: “la pandemia también nos brinda la oportunidad de un gran experimento científico a escala mundial”. Certament es una oportunitat única que científics, però també polítics i empreses tindrien d’aprofitar. Es una oportunitat d’or per poder caracteritzar i quantificar que passa a nivell ecològic, econòmic, social i polític quan la activitat humana es redueix tan dràsticament.
Permetem que afegeixi una primera valoració: aquesta reducció d’activitat socioeconòmica humana ja ens ha mostrat que te nombroses avantatges.
Una gran salutació de la part d’un científic retirat que encara enyora la activitat científica, Temi