Hace poco intenté explicar que el problema del cambio climático, por grave que sea, no era una emergencia, que una emergencia era otra cosa. Lamentablemente todos ahora estamos padeciendo lo que sí es una emergencia, esta vez por motivos sanitarios, y quizás podáis entender mejor mis palabras anteriores. En una emergencia se identifican las causas (en este caso, la gran transmisibilidad de un virus muy letal) y se aplican los factores correctores (confinamiento en el hogar, cierre de empresas y comercios, prohibiciones de movilidad, suspensión de clases en escuelas y universidades, prohibición de celebrar las fallas o la Semana Santa, etc) aunque el coste económico sea monstruoso. Se actúa con mano dura para evitar la muerte de las personas.
El Profesor Margalef, el mejor ecólogo y pionero en nuestro país, me comentó en una ocasión que los grandes embalses y presas, construidos con fines económicos, son a la vez una ocasión única para una experimentación científica a gran escala. Para investigar qué ocurre en los ciclos de materia y energía de los ecosistemas cuando un río se transforma en una gran masa de agua quieta, es impensable que fuera posible la construcción de un embalse de centenares de hectómetros cúbicos sólo para estudiar este fenómeno. Por tanto, un embalse para producir electricidad sirve a la vez para avanzar en el conocimiento científico.
Esa digresión viene a cuento en el caso de la pandemia que estamos padeciendo. Medidas pensadas para luchar contra el virus han servido para demostrar a gran escala qué ocurre con la contaminación atmosférica si se restringe la circulación de vehículos y aviones a la vez que se reduce la actividad económica. Es el mismo caso que los embalses. Y el resultado es espectacular: imágenes de satélite demuestran una reducción drástica de la contaminación atmosférica en China; datos preliminares de estaciones de medición en Barcelona y Madrid, demuestran que la contaminación por partículas y óxidos de nitrógeno ha disminuido un 30%. En Barcelona la imagen de óxidos de nitrógeno en las estaciones cercanas a las rondas demuestran valores buenos cuando durante años se han situado permanentemente por encima de los valores límite para la salud que determina la OMS.
El camino es evidente, nos lo ha enseñado por desgracia el coronavirus. Por tanto, en mi modesta opinión, debiéramos dejar de hablar de emergencia climática y las Administraciones cesar en sus declaraciones solemnes y vacuas, basadas en cuatro medidas de escasa eficacia ya que no atacan al núcleo del problema (no dejar circular determinados vehículos por las rondas no ha mejorado suficientemente la calidad del aire). Según datos de fuentes solventes, si queremos evitar las 100.000 defunciones anuales en China, las 10.000 en España y las más de 400 en la ciudad de Barcelona atribuibles a la mala calidad del aire, que se declare una emergencia de verdad (del tipo de la del coronavirus) que ya se ha demostrado que con estas medidas sí se acaba con la contaminación atmosférica. ¿Alguien de los apuntados a transiciones energéticas o ecológicas se atreve?.
Quizás he sido demasiado radical, quizás son efectos del encierro…pero ya que nos sobra el tiempo, ¡lo podríamos debatir!