Henrietta Muir Edwards

“Buscamos establecer la individualidad personal de la mujer…”

Otro miembro de las famosas cinco fue Henrietta Muir Edwards, su nombre de soltera era Henrietta Louise Muir, nacida en 1849 y fallecida en 1931, a la edad de 81 años.

Henrietta nació en una familia en una familia culta, acomodada (pertenecía a un linaje de sastres comerciantes de Montreal) y religiosa de Montreal y, como cristiana evangélica, fue educada en la creencia de que había que practicar lo que se predicaba.

Nada más terminar la escuela, que fue la de una mujer de su tiempo y estatus, conoció a directoras de escuela que abogaban por la inclusión de la mujer en el mundo académico.  Posteriormente, realizó una gira formativa por Europa, y, posteriormente, a su regreso, convenció a su padre de comprar una casa grande en el centro de Montreal, donde estableció la Asociación de Niñas Trabajadoras (Working Girls Association), donde las niñas solteras podían obtener habitaciones, capacitación laboral y asesoramiento legal.Siendo la precursora de la YWCA en 1875.

Como gran enamorada del arte deseaba estudiarlo, pero no pudo inscribirse en la escuela en Montreal porque en ese momento no se permitía a las mujeres asistir a la escuela de arte. Sin embargo, recurrió a la formación privada y se fue a la ciudad de Nueva York en 1876 para estudiar con el retratista bien establecido, Wyatt Eat.

Henrietta apoyó muchas causas, entre ellas, subsidios para madres, igualdad de derechos de los padres, igualdad de motivos para el divorcio, templanza, reforma del sistema penitenciario en Canadá y aumento de la edad de consentimiento.

Editó la primera revista canadiense para mujeres trabajadoras (Women’s Work in Canada) y escribió varios libros sobre el estatus legal de mujeres y niños.

Se casó con el Dr. Oliver C. Edwards en 1876 y tuvo tres hijos.

El matrimonio con el Dr. Oliver Edwards no cambió su trabajo, simplemente lo hizo más difícil porque por trabajo su marido cambiaba de residencia con frecuencia, incluso vivió en los Territorios del Noroeste, donde fue el médico de las Reservas Indias.

Ella, siempre muy activa, escribía a sus compañeras activistas, estudiaba derecho canadiense y cuidaba de sus tres hijos.

En 1890, y de vuelta en Ottawa, unió fuerzas con Lady Aberdeen, la esposa del gobernador general de Canadá, y la ayudó a establecer el Consejo Nacional de Mujeres, se fue presentado en 1893, convirtiéndose en la Primera Coordinadora del Comité Permanente de Leyes.

Lady Aberdeen tenía el protagonismo y los contactos, pero fue Henrietta quien organizó los seguimientos y redactó los estatutos y cartas necesarios. Ella hizo el trabajo de organización y estructuración.

En 1897, nuevamente con la ayuda de Lady Aberdeen, formó la Orden Victoriana de Enfermeras para atender las necesidades de salud en las áreas fronterizas.

 En 1903 Henrietta y su familia se trasladan a Alberta, allí se establecen.

En 1908, realiza una compilación en un resumen de las leyes federales y provinciales canadienses relacionadas con mujeres y niños.

En 1915 fallece su marido.  Poco tiempo después es elegida para presidir el Comité de Leyes de Alberta.

Con casi 80 años le pilló la controversia de “las mujeres eran también personas”, del famoso grupo de las “Cinco”, siendo ella la encargada de hacer lo que mejor sabía hacer: la investigación práctica, escribir cartas y mantener las cosas en equilibrio de realizar una investigación legal sobre el tema. Cuando el caso fue rechazado se sintió muy decepcionada, pero al ser reconocidas como tales, como personas, tuvo una inmensa alegría.

También escribió libros, concretamente dos sobre las mujeres y los problemas legales que estaba tratando de superar, Legal Status of Canadian Women (1908) y Legal Status of Women in Alberta (1921).

En 1962, Edwards fue reconocido como Persona de Importancia Histórica Nacional por el gobierno de Canadá.

En octubre de 2009, el Senado votó para nombrar a Edwards y al resto de los Cinco, los primeros “senadores honorarios” de Canadá.

Pero cuáles fueron sus méritos en esta vida llena de actividades y viajes.

Los logros de Henrietta incluyen la lucha por el sufragio y los derechos políticos de las mujeres. Fue una defensora de las bibliotecas públicas, las asignaciones para madres, la igualdad de derechos de los padres y la igualdad de motivos para el divorcio y la reforma penal. Y formó parte de muchos movimientos, sociedades y organizaciones destinadas a mejorar la vida de las mujeres.Además, fue presidenta del Comité de Derecho del Consejo Nacional de Mujeres durante más de 35 años.

También podemos decir, que, como sus compañeras, era una clara defensora de la lucha contra una emigración no blanca en Canadá, ya que la consideraba un problema, no obstante, ella no era una gran partidaria de la eugenesia, fue influencida por la campaña de la Dra. Helen MacMurchy contra los “débiles mentales”.  Lo más curioso del dato es que su marido estuvo de médico en zonas donde había la llamada población “aborigen”, que ella defendía y ayudaba.

En medio de estas contradicciones, creía que la Ley de Esterilización Sexual sería una solución aceptable para los “pervertidos morales”, y alentó la extensión de las clínicas itinerantes y los exámenes médicos gratuitos para los niños en edad escolar en las zonas rurales.

En su vida podemos diferencias dos etapas claras, los primeros años, en los que desarrolló un interés en que las mujeres ayuden a las mujeres. Criada en una familia rica, culta y religiosa, Henrietta se unió al movimiento de mujeres, involucrándose activamente en diferentes organizaciones religiosas y enfrentándose cara a cara con las injusticias de las viejas tradiciones, donde la exclusión de las mujeres era ampliamente aceptada. Y, posteriormente una acción política más directa, especialmente desde su llegada a Alberta y su actuación con las “Famosas cinco”.

Henrietta, como muchas mujeres de clase acomodada de su época, y que, además, tenían un gran sentido religioso, tuvo una formación amplia, muchas veces fuera de sistema tradicional muy vetado por el hecho de ser féminas, pero, a la vez, una mujer muy consciente de que gozaba de una posición que no era compartida por todas las mujeres, muchas de ellas no habían tenido su misma suerte de nacimiento y posibilidades.  Todo ello la convirtió en una luchadora por la causa femenina, por su formación y por su salud.

Y como ella misma afirmó: el regocijo de todo Canadá no fue tanto que se abriera el senado canadiense a las mujeres, sino que reconociera la entidad personal de las mujeres.


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