Coronavirus: ¿infección biológica o pandemia política?

El confinamiento y las normas de distancia social han cambiado las reglas del juego. El aislamiento pone a prueba las capacidades y los recursos de cada uno, pero también de las instituciones y de los partidos políticos. Nadie duda (creo) que la pandemia es la consecuencia de que los humanos somos infectados y enfermados por el coronavirus. Pero la pandemia es también causa y efecto de situaciones políticas, imprevistas antes de la generalización de la infección.

La pandemia es un acontecimiento político, con independencia de la causa que la ha desencadenado, que revela la idiosincrasia de las naciones, las prioridades de los Estados, el hambre por destacar políticamente, la irrefrenable necesidad de sacar tajada política de la pandemia. Es política porque saca a la luz la verdad que se disimulaba con señuelos consumistas. Es política porque cada decisión se negocia dentro y fuera de los parlamentos. Es política porque se corrompe cuando alcanza los organismos y los negocios locales, nacionales e internacionales.

De hecho esta pandemia es más política que infecciosa puesto que genera tres crisis que van juntas de la mano y son inseparables: la crisis sanitaria, la crisis económica y la crisis social. Es política porque destapa las diferencias socioeconómicas que determinan distintos grados de sufrimiento y de riesgo. En nuestro esplendoroso Primer Mundo, hay niños y jóvenes que no pueden recibir sus clases de manera virtual porque en sus casas no hay ni un ordenador ni un teléfono móvil. Cada día vemos como las Fuerzas del Orden Público tienen que emplearse a fondo para evitar que la gente no salga de cancaneo ya sea en su ciudad o en su segunda o tercera vivienda. Mientras, en los barrios pobres de África, Latinoamérica, Asia, ni siquiera el ejército se ve capaz de conseguir que familias con diez miembros permanezcan encerradas en sus chozas de diez metros cuadrados hechas con cartones y latas.

Es política, porque los supremacistas holandeses consideran que la sanidad española e italiana no es un asunto que le corresponda a la Unión Europea. Es política, cuando Dan Patrick, vicegobernador de Texas, anuncia que los mayores de 70 años deben sacrificarse para salvar el mercado y el sueño americano.

Pero la pandemia por suerte, también es una experiencia que sacude los resortes más íntimos de cada uno y afortunadamente lo mejor de muchos surge imparable ante el egoísmo de otros. La pequeñez de nuestra existencia puede adquirir dimensiones que no habíamos sospechado antes. Por el contrario, vidas acostumbradas a transcurrir sin límites aparentes tropiezan con una barrera implacable que jamás imaginaron: el virus pone muchas cosas en su sitio.

Cuando no nos quedan camas, ni respiradores, ni palabras para explicar y entender lo que está pasando, proliferen las proclamas que auguran un nuevo mundo, una humanidad regenerada, una conciencia purificada de los excesos a los que nos hemos entregado. Los discursos que llaman al arrepentimiento y a la contrición compiten con otros que empiezan a considerar seriamente que podríamos prescindir de todos los gobiernos y encargar a Amazon la gestión de los asuntos de Estado: cumplen siempre y entregan todo a tiempo.

¿Habremos alcanzado el Manicomio Global, ese lugar donde nunca faltan camas?

Temi Vives Rego

Biòleg i professor honorífic de la Universitat de Barcelona

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