En España en estos momentos hay unos 20.000 generadores instalados repartidos en unos 1.100 parques, situados en unos 800 municipios. Esta capacidad de generación eólica sitúa a España en el segundo lugar de los países europeos (detrás de Alemania) y el quinto de todo el mundo. En 2019 la producción eólica supuso un 21% del mix eléctrico (situándose a la par con la nuclear y la de ciclos combinados, claramente por encima de la hidráulica), variable según los meses, lo que ha evitado la emisión de unos 25 millones de Tm de CO2. Es evidente que estamos en plena transición energética en la que el peso de las renovables (fotovoltaica y eólica sobre todo) es cada vez más importante, lo que supone una paulatina independencia de las energías fósiles que deben adquirirse con divisas a la vez que se reduce la emisión de gases con efecto invernadero que contribuyen al cambio climático.
Esta es la cara positiva de las centrales eólicas. Vamos ahora a considerar la negativa, que también la tiene. En algunos casos (como en La Muela o en la Terra Alta) los aerogeneradores se han concentrado en un espacio reducido provocando una auténtica masificación que ha transformado significativamente el paisaje, siempre en negativo, con un impacto directamente proporcional a la calidad paisajística pre-operacional. En segundo lugar, la propiedad estas centrales eólicas se sitúa en pocas manos: un 65% de los parques eólicos son propiedad de las grandes empresas energéticas tradicionales (Endesa, Iberdrola, Fenosa, etc), directamente o a través de compañías participadas. Si juntamos Acciona a este paquete, casi un 65% de la energía eólica española se concentra en siete empresas. O sea que han conseguido reproducir con la energía eólica el mismo modelo de oligopolio de siempre.
Además, la gran mayoría de parques se sitúan en pequeñas poblaciones de la llamada (quizás sin demasiada fortuna) “España vacía”. Son frecuentes las quejas de los propietarios de los terrenos en los que se sitúan los aerogeneradores (o las subestaciones o las zanjas para el cableado) por los contratos a menudos leoninos y abusivos. Basta consultar por internet y puede comprobarse esta información. Estudios serios de investigación (como los de Sergi Saladié, cuyos datos reproduzco) demuestran que ninguno de los grandes problemas de los municipios de la “España vacía” (la despoblación, el envejecimiento o la falta de oportunidades económicas) se solucionan con la instalación de centrales eólicas a pesar de la lluvia de millones que prometen los promotores. Sólo un ejemplo: el municipio de Catalunya con mayor concentración de aerogeneradores (Caseres) es a la vez el municipio que más población ha perdido en los últimos diez años (un 20%). No ha de ser necesariamente una relación causa/efecto: simplemente es indicativo de que los aerogeneradores no solucionan nada a nivel social.
Finalmente, la energía eólica es también especulativa. Unas empresas se encargan de la tramitación del proyecto y otras de la inversión, después de la compra de derechos a las primeras. También la Terra Alta es un claro ejemplo de estos métodos especulativos: la Empresa A invirtió 5 millones de euros para la obtención de las autorizaciones que una vez obtenidas las vendió a la Empresa B por 30 millones: un verdadero pelotazo a base de energías sostenibles!
O sea que han conseguido reproducir con la energía eólica el mismo modelo equivocado que ha imperado en las energías fósiles o nuclear: centros de producción alejados de los de consumo, concentración de la generación energética en un oligopolio, posiciones abusivas, especulación, proyectos a espaldas de los ciudadanos y con rendimientos económico-sociales ridículos con los que se estilan en Europa.
¿Será la energía limpia también un negocio sucio?. Parece que llevamos el mismo camino. Es necesaria una intervención decidida del Gobierno en este mercado para que controle la pura lógica capitalista. Y si no se consigue será más hiriente que en el caso de las energías tradicionales porque el viento lo tenemos en la puerta de nuestra casa y no parece lógico que se privatice; en cambio, el petróleo o el gas hay que irlos a buscar muy lejos, en terrenos que tienen propietarios, extraerlos, transportarlos, transformarlos, conducirlos por tuberías… Las diferencias exigen que el modelo de las renovables no sea un calco de las fósiles, eso sí: libres de CO2.