¡Qué no es por ti, Antoñito, cariño, que es por las de trapo!
Al año siguiente de llegar a Catalunya empecé a poner la senyera en mi balcón. Estaba orgullosa de hacerlo y me sentía más catalana por ello; siempre fui fácil de integrar en las comunidades por las que me moví.
Con el mismo orgullo con el que ponía la senyera en el balcón saqué, por primera vez en mi vida, la bandera española en las gradas del estadio de Montjuic cuando Fermín Cacho ganó el oro en la carrera de los 1.500 metros en las Olimpiadas de Barcelona ’92.
Desde que empezó el “procés” he dejado la historia de las banderas. Me siento utilizada de manera negativa por aquellos que hacen de la parte el todo. No me refiero solo a los independentistas, ahora reconducidos a republicanos (como bien nos explicó en un àtom Iolanda Pàmies), sino también a los nacionalistas españoles.
Si un trozo de tela (con todos los respetos por todos los trozos de tela que representan sentimientos) tiene que servir para enemistarme con los que no comulgan con ese trozo de tela, prefiero prescindir ¡Qué lo hagan los demás!
Así que yo, al grito de Casado, nuevo presidente del PP, de poner banderas en los balcones, he respondido veloz, como pueden ustedes imaginar. Cogí un poster de Antonio, esta vez sí, cariño, y lo he colgado en el balcón: ¡va por ti, Antonio Banderas, que de las otras estoy hasta el moño¡
Àfrica Lorente Castillo
Escriptora
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