Comunicarnos con un futuro sin escritura

Una sequía extrema en el Amazonas ha dejado al descubierto unos dibujos misteriosos. Rostros de alguien que  quiso decirnos que una vez existió y que estuvo allí, peces que quizá indicaban que en ese lugar había pesca. Puede que esos dibujos de hace más de 2.000 años sean los primeros pasos de una escritura que nunca llegó a ser, o tal vez sí.

Los alfabetos empezaron así, con dibujos que en algún momento asociamos con un sonido o una idea. Dibujos que un grupo hizo suyos para poder expresarse, para poder transmitir conocimientos. Para transcender y dejar constancia ante las generaciones futuras de que una vez fueron. Quizás la escritura nace de esta necesidad humana de perdurar más allá de la muerte, de comunicarnos con un futuro que nunca nos responderá, como las notas que colgamos con imanes en la puerta de de la nevera para recordar a nuestro yo de mañana mismo que ha de ir a comprar el pan.

Otras rocas, en otros ríos de otros continentes emergen para anunciarnos catástrofes. “Si me ves, llora”, advierten las piedras del hambre en Alemania, cuando el caudal del Rin desciende en exceso. Quienes las escribieron pretendían comunicarse con nosotros, los humanos de su futuro. Los mitos no son nada más que esto, una manera de comunicarnos con seres que nacerán una vez desaparezca nuestra generación –tal vez nuestra civilización-, para explicarles nuestras cualidades, nuestros valores- Para decirles quienes somos exagerando con toda probabilidad nuestras virtudes.

Es fácil comprobar que las grandes civilizaciones que recordamos tienen en común unos mitos y un conjunto de normas y leyes que han permanecido en el tiempo  a través del texto escrito. De hecho todos los grandes imperios que han existido tienen en común el disponer de una forma de escritura. La única excepción parecían ser los incas, pero hoy sabemos que los quipus, unos cordeles de colores con nudos hechos a diferentes distancias, también servían para transmitir información. Eran una escritura.

De hecho la misma forma de escribir, los propios alfabetos, son una forma de identidad. Hoy vivimos en un mundo multipolar donde los límites de cada esfera de influencia, de cada “macrotribu” por expresarlo de alguna manera, se pueden percibir, de forma imperfecta y con muchas excepciones, a través de los diferentes alfabetos. Latino en occidente, cirílico para el mundo eslavo, devanagari en India y, junto a ellos los alfabetos chino y árabe.

La profesora de la Universidad de Bolonia Silvia Ferrara nos advertía hace unos días en el festival Kosmópolis de que la escritura está llegando a su fin, que desaparecerá lentamente, más tarde que pronto, pero que los primeros síntomas de su extinción se están dando justo ahora, cuando escribimos más que nunca a través de las pantallas. Y estas pantallas pueden llegar a ser letales. Cuando una persona escribe en un teclado activa partes del cerebro diferentes a cuando escribe a mano. “Escribir a mano exige un esfuerzo, nos lleva a la reflexión” sostiene Ferrara y, de alguna manera explica la razón por la cual casi nunca usamos las chuletas que nos esmerábamos en hacer antes de los temidos exámenes de nuestra juventud. Tenemos más información que nunca a nuestro alcance, pero esta información la olvidamos. Ni tan solo recordamos que buscamos ayer en Wikipedia.

Seguramente por ello muchos países que apostaron alegremente por introducir los ordenadores en sus escuelas vuelven hoy al papel y al lápiz en la enseñanza. Nadie cayó en la cuenta que los ordenadores eran un medio diferente de transmitir conocimiento, y como tal precisaba de una forma de comunicar diferente que ni los profesores ni los alumnos conocían.

Tuve el placer de compartir recientemente una comida con David Pastor Vico, quién estaba alarmado por el daño que las pantallas infligen a nuestros hijos. Han sustituido al juego con los otros niños, a las conversaciones con los padres y al esfuerzo. “Por primera vez una generación va a ser menos inteligente que la anterior por culpa de las pantallas. Esto es algo que nunca había sucedido”, explica Vico.

La pregunta está ahí. ¿Se sustenta la inteligencia, tal y como la concebimos hoy en día, en la escritura? Aparentemente sí.

Sin alfabeto, sin lenguas comunes, sin disponer tan solo de una inteligencia parecida. ¿Cómo vamos a comunicarnos con el futuro? Parece un ejercicio mental baladí. Y sin embargo es una necesidad que va mucho más allá de nuestra vanidad, de nuestra necesidad de expresarnos de de permanecer en este mundo más allá de nuestra existencia. Tenemos la exigencia moral de de  informar a nuestros descendientes lejanos de aquellos peligros que nosotros hemos generados para sus propias vidas.

Esta necesidad de comunicarnos con el futuro  es tan real que en los años ochenta el gobierno de los Estados Unidos contactó con el semiólogo Thomas Sebeok para consultarle sobre la manera de avisar a los humanos que vivan dentro de 10.000 años de la existencia de desechos nucleares en determinados espacios. Ni la escritura, que sólo tiene unos 5.000 años de vida, ni el lenguaje, que evoluciona a gran velocidad, con una vida media de las palabras que apenas alcanza un par de siglos, serían útiles. Hoy lo recuerda David Farrier, también ponente en Kosmópolis, en su libro Huellas, pero ya hace algún tiempo, cuando yo era estudiante, que la notica ya había aparecido en los periódicos. La idea me entusiasmo tanto que me atreví a escribirle una carta a la Universidad de Bloomington, en Indiana. Para mi sorpresa respondió y me envió una artículo titulado Pandora’s box, how and why to communicate 10.000 years into de future en el que proponía la creación de mitos y de un clero atómico que los sustentara en el tiempo. Mitos dirigidos a nuestro yo más primario e irracional para crear miedo y adversión hacia determinados espacios. Decía, literalmente, que “se debería permitir que la superstición se acumulara alrededor de estos lugares [las plantas de almacenamiento de residuos nucleares] y convertirlos en paisajes adornados con un aura de enfermedad y amenaza para desalentar la curiosidad de los profanos”.

Volvemos al principio. Lo que perdura son los mitos, las únicas creaciones humanas que sobreviven en el tiempo a los lenguajes y a las escrituras. Posiblemente porqué se dirigen a nuestro yo irracional.

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Jaume Moreno

Periodista

@emetent

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