Un lienzo de Putin a caballo, tamaño 50×70, 140 euros. ¡Una auténtica ganga! En el cabecero me quedará ideal y, si me doy prisa, lo tengo en casa antes de la verbena. ¡Guay! El poster de Abascal, cual Cid Campeador, lo tengo pedido ya a la calle Bambú, sede madrileña del partido de las tres letras (la última es como el empate en las quinielas, por si algún despistado no atina). La semana pasada, va Bolsonaro y se incorpora también al club de los centauros. ¡Qué alegrón! Ahora, sólo me falta Trump y habré completado la colección de los cuatro jinetes del apocalipsis que van a velar mis sueños y, mucho me temo, nuestras peores pesadillas.
Algunos hombres necesitan caballo (que nadie piense mal, estoy hablando del noble animal) en una época en que este medio de locomoción ya está más que superado. ¿Por qué será? No quiero dármelas de psicóloga, que no lo soy, pero diría que los hombres que experimentan esta curiosa y anacrónica pulsión, arrastran grandes carencias, quizás desde la más tierna infancia. Sus cualidades no les permiten destacar y necesitan auparse a un caballo para colocarse por encima del resto de mortales de a píe (nunca mejor dicho). Donde no hay ideas, ponen testosterona, y suplen su ignorancia con exabruptos desafiantes.
Aquí ya lo experimentamos en propias carnes durante más de cuatro décadas con un hombrecillo mediocre y con bigotillo, al cual también le iban los équidos. La ultraderecha no nos tendría que haber cogido desprevenidos pero, la verdad, es que nos ha pillado en bragas. Nos estamos fijando demasiado en la anécdota y no les estamos combatiendo en serio. Mientras tanto, sus tonterías van normalizándose a golpe de titulares de prensa y memes virales.
El populismo fascista amplia cancha, a la par que va consiguiendo que no se le apliquen los mismos raseros de exigencia que a los demás partidos. Al contrario, damos por supuesto que son tontos, violentos y zafios, con lo cual, a la más mínima chispa de inteligencia o buena voluntad, siempre hay alguien que salta con un ¡ves, no hay para tanto!
Andemos con cuidado y no nos auto engañemos. A los jinetes de la mala leche, la crisis económica los cría y el descontento social los junta. Su galope se lleva por delante valores y avances sociales de un plumazo, dejando a su paso un desierto sin ideas, sin libertades, sin convivencia y sin igualdad.
La historia nos demuestra que populismos y fascismos no son una mera anécdota. Debemos combatirlos en serio, en el plano de las ideas, a la par que vamos desmontando, sin descanso y datos en mano, sus continuas “fake news”, entonando mientras, alto y claro, nuestro nuevo “A galopar”.

El problema para combatir los fascismos, aquí en España, son los medios de comunicación. Éstos solo son espectáculo y morbo del más grosero y cretino.
Yo he dejado hace tiempo de ver El Intermedio porque hablan continuamente de VOX, con lo cual aunque sea para mofarse y criticarles les están haciendo propaganda continua. Los espectadores se ríen, asisten a un espectáculo cómico, pero la imágen se les va grabando en la retina y no les resulta repugnante como debería sino al contrarío alegre y chistosa.
Es terrible la mala educación y la falta de reflexión de este país.