“Bots” para controlar tetas

Bigotillo fino, gafas oscuras, traje gris con lamparones, voz de NO-DO y halitosis. Ésta es la imagen que acude a mi mente cuando hablamos de censura. Ingenua de mí, creía que una vez acabado el franquismo los censores eran una especie exótica totalmente extinguida en la noche de los tiempos. Creía que censura y democracia eran conceptos excluyentes. ¡Pues no! Los censores, esos ojos que todo lo ven, esos brazos que llegan a los rincones más remotos de la actividad humana para extirpar el mal y mantener la corrección de la moral imperante, se han reencarnado. ¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre!

Pero, hemos avanzado. Ahora es censura de tecnología punta. Son “bots”, algoritmos, que ante la visión turbadora de un pecho femenino enrojecen hasta tal punto que su incandescencia hace saltar todas las alarmas. A esos “censorbots” me los imagino pululando por todas partes como pequeños insectos metálicos, con sus dientecillos afilados prestos a devorar lo que haga falta para mantenernos a salvo de las ideas e imágenes perniciosas. En este mismo momento los oigo crepitar, intentando penetrar en mi “router” para evitar que pueda difundir este artículo subversivo.

Esta carcoma digital está minando nuestra sociedad y nuestras libertades. Está minando la democracia, en definitiva, ante la pasividad general. Los gerifaltes de las redes sociales se ponen al servicio de las mentes bien pensantes y, con la excusa de proteger nuestras veleidosas voluntades y mentes calenturientas de la pornografía, le hacen el juego al mercado y a los mercaderes y nos marcan el camino y los límites. Cómo si la pornografía no campara a sus anchas en Internet y por todas partes. ¿Nos creemos de verdad que estos pequeños “bots” cabrones actúan de forma objetiva?

A una cayetana de misa diaria y partida de canasta le parece mal una imagen en Instagram y, en un plis plas, se cambia el cartel de una película y su diseñador pide disculpas. Disculpas, ¿por qué? No lo puedo entender. Ahora son las derechas las que gritan libertad en las calles. Tampoco lo entiendo.

Los aspavientos son grandes, pero la libertad que reclaman es pequeñita y a medida. Quieren poder hacer lo que les pida su cuerpecillo serrano. Libertad para consumir y para el desmadre. No tiene nada qué ver con el pensamiento, la expresión, ni la creación, conceptos sospechosos y subversivos que hay que combatir y controlar. Y como guardianes de esta nueva libertad tan guay, los Zuckerberg de turno pastorean rebaños de “bots” que velan para que no se descontrole ninguna teta. ¿Qué más queremos?

Rosa Boladeras

Periodista

http://www.rosaboladeras.net/

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