¿Seremos mejores tras el covid19?

Esa pregunta se escucha cada vez con más frecuencia: ¿seremos mejores personas tras esta catástrofe, de la que todavía desconocemos sus dimensiones? Después de 5000 años de civilización, el ser humano es prácticamente el mismo, pero lo que ha evolucionado ha sido los medios (tecnológicos) que permiten hacer el bien o el mal. Deberíamos recordar lo dicho por Hannah Arendt y su concepto de “la banalidad del mal”: cualquiera puede ejercer el mal en determinadas condiciones. No tiene sentido esperar que una simple aunque devastadora pandemia transforme a la humanidad. En cambio lo que si podemos esperar es que esos daños materiales, humanos y morales reactiven nuestro sentido de la responsabilidad a nivel de cada uno de nosotros y de las instituciones que supuestamente rigen nuestro destino.

Más allá de la pérdida de vidas humanas y los daños económicos, también hemos de valorar pérdidas de otro tipo. Por ejemplo cuando nos preguntamos si seguiremos vivos el mes que viene, estamos perdiendo la ilusión y constatamos que no somos dueños de nuestro futuro inmediato, cuando hasta hace poco creíamos que nada malo podía ocurrirnos. La ciencia también ha hecho que confiemos poder vivir 120 años, puesto que ahora ya vivimos 100. ¡Qué bien! Todo era posible hace dos meses, al menos en apariencia o en primera instancia. La realidad hoy es que los cimientos de nuestra confianza se han ido socavando y empiezan a producirse derrumbamientos.

Margaret Atwood tiene un cuento que sitúa en una realidad distópica. El título es “A la hoguera con los carcamales”. Se trata de que los sujetos ancianos que habitan en residencias, los mismos sujetos que habían arruinado el equilibrio ecológico del planeta, no se resignaban a morir y había que quitárselos de en medio para que no consumieran los pocos recursos que quedaban a los jóvenes. ¿Distópico? Hay una diferencia entre el cuento y lo sucedido en la realidad. En principio no ha habido intencionalidad en la muerte de los ancianos. Tampoco han sido los jóvenes quienes han matado a los ancianos, ha sido el sistema el que los ha dejado morir.

Hay una pregunta en el aire que de algún modo es una manera de contener la angustia: ¿Qué pasará después? ¿Cómo nos afectará este tránsito por la pandemia? ¿Qué consecuencias tendrá para la humanidad y para cada uno de los humanos? Quizás soy cruel al pensar que los que fantasean con que seremos mejores después de esta tremenda pandemia, esperan la vuelta de algo que nunca existió. No creo que debamos ser pesimistas, pero sí que debemos asumir con claridad y sin tapujos la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos en lo que se construya a partir de ahora: la “nueva normalidad”, que todo hay que decirlo, no sabemos en qué medida será ni nueva ni normal.

Hace falta una serena y profunda reflexión de lo que sí debe cambiar: valores, intereses, objetivos. ¿Cómo retomar la buena dirección? ¿Quién va a pilotar ese tránsito? Sobra gente en la cola de las protestas y en la de los que dicen lo que se debería hacer. En cambio, la sala de los que quieren hacer cosas y resolver problemas, está vacía.

Temi Vives Rego

Biòleg i professor honorífic de la Universitat de Barcelona

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