Disciplina social. Manual de supervivencia

Uno de los conceptos que más me alteró a principios de la crisis sanitaria fue el que pronunció el presidente Sánchez en relación a lo que se esperaba de nosotros: disciplina social. Cómo apelar a eso en una democracia occidental, acostumbrada a la libertad individual y con multigobierno?

Me sirvió una de las obras de J. Coleman, Power and the organisation of society, se define la “sociedad organizacional” como una sociedad que exige una cantidad elevada de organización entre miembros altamente interdependientes. En ellas  los individuos han perdido parte importante del poder – en particular en las relaciones económicas – frente a las organizaciones tales como las grandes empresas, los sindicatos o el estado.

De los principios que amparan esta teoría podemos destacar dos: el primero desde la economía, el concepto de “equilibrio del sistema”, en cuanto que existe una lógica del sistema según la que ningún actor actuando individualmente puede mejorar su situación él solo; por lo tanto se trata de una situación en que no existe ninguna razón para actuar solo. Un segundo principio, esta vez desde la sociología, se refiere a las instituciones. Éstas traducen las restricciones del sistema para orientar la acción individual y, al mismo tiempo, coordinan estos comportamientos para lograr que la acción colectiva sea posible y, a su vez, producir ganancias por agregación al nivel sistémico.

En esa encrucijada, el autor entiende por disciplina social, desde el punto de vista individual,  la capacidad del actor social de auto reprimirse, durante sus interacciones con otros, en la definición de sus propios intereses individuales y de la amplitud del campo de sus reivindicaciones, así como en el ejercicio de su poder individual. Esta auto-restricción no puede ser permanente y no vale mas que en condiciones limitadas.

Del punto de vista de la colectividad, se trata de conductas sociales que generan los procesos de solidaridad, de control y de regulación. Pero para que sean efectivas deben incorporar las dimensiones de autoridad y legitimidad. Así las expectativas derivadas de la disciplina social son creíbles, generan confianza, si existe una autoridad legítima, a la que el actor ha consentido ceder su libertad de acción.

Cómo se desarrolla un entramado social basado en la disciplina que vaya más allá de las reglas de conducta más inmediatas?  Si hasta ahora nos hemos limitado a ejercer la autodisciplina social ante una autoridad legítima, como es la sanitaria, que nos ha orientado y conminado a desarrollar determinadas conductas de autoprotección y también conciencia colectiva, cómo podemos extender esa conducta a entornos más extensos y también a más duración en el tiempo?

La emergencia sostiene la eventualidad de los acontecimientos; por su propia definición es limitada en el tiempo y requiere de una alerta específica. Cuánto tiempo podemos mantener la tensión necesaria para actuar de forma adecuada a una emergencia que ya no es sostenida por la autoridad legítima?

Lazeaga (1999)  introduce un concepto que puede ayudarnos a valorar este aspecto: la densidad de las relaciones y la cohesión generada a través de ellas pueden inhibir la tendencia a la desviación a lo largo del tiempo. En otras palabras, si durante el confinamiento obligatorio hemos llegado a desarrollar una norma de conducta propia que haya integrado los preceptos emanados por la autoridad sanitaria y civil, los hemos aplicado a nuestra conducta cotidiana dentro del espacio limitado del barrio y la distancia corta y, además, hemos observado que esa conducta era bien aceptada por los demás y que éstos también la practicaban, entonces será más probable que sostengamos la conducta de “disciplina social” en otros entornos más amplios y durante más tiempo.

Una condición esencial para una sociedad organizacional es la generalización de la conducta y el relato así como el desarrollo de la acción colectiva formalizada en un orden social multi-nivel. En el caso de la pandemia por Covid-19, si los sujetos han considerado su propia conducta de protección y la de los demás como un ejercicio de poder que se cede por el bien común, y también por el propio, como colectividad o grupo social hemos aprendido un comportamiento que quedará fijado en nuestro repertorio y nos será útil para futuros acontecimientos que lo requieran.

Si, por el contrario, hemos percibido las limitaciones de estos meses, como un ejercicio arbitrario del poder (en este caso sanitario y centralizado), sin otorgarle legitimidad y comprender su real significado, estamos aún desprotegidos ante cualquier nuevo evento que requiera acción colectiva. Es por ser más individualistas?  Es por desconfiar sistemáticamente de la autoridad? Es por no comprender el alcance del peligro? Es por no ser capaces de actuar en consonancia con los otros elementos que nos rodean y que demandan una acción conjunta?

Para comprender cómo la acción individual se ajusta o no a la colectiva emerge claramente la noción de compromiso, un concepto que puede ser sociológico, psicológico o ético pero que, en cualquier caso, representa el elemento cimentador de las relaciones humanas. Alguno de los aspectos que requiere el compromiso se refieren al juicio de pertinencia y son:

– reconocer la instancia de control social por parte de los actores sociales. Juicio de legitimidad

– comprender las reglas del juego que construyen un conjunto de relaciones de disciplina sociales

– identificar el liderazgo que abandera los propósitos, objetivos, métodos y resultados de la relación

En el caso de Catalunya, hemos asistido a una descoordinada acción respecto al resto del Estado, en una tónica constante de ataque a la legitimidad de éste para tomar las riendas de la situación, para cuestionar sus indicaciones e, incluso, sus percepciones.

Se ha querido adelantar o atrasar decisiones colectivas, que otras comunidades autónomas han asumido sin problema.

Se ha intentado modificar el sistema de registro de los datos, sin éxito por supuesto.

Se ha querido proteger la propia ineficacia en la desastrosa gestión de las residencias de personas mayores, aludiendo al “y tu mas”.

Se ha gastado incluso el dinero de los escasos presupuestos para la sanidad de la Generalitat de Catalunya en hospitales de campaña, mientras se les ofrecían los del ejército, que otras comunidades han aceptado con agradecimiento.

Se han iniciado estudios clínicos que la propia OMS indicaba que no eran adecuados

Se está culpando al Estado, ahora sí, por no reconocer suficientemente a los profesionales de salud con el incremento de salarios, cuando es una responsabilidad propia y exclusiva de la Generalitat.

Se ha pagado a la sanidad privada, eso sí, cuatro veces más de lo necesario por plaza concertada.

Se están pidiendo al Estado 5.000 millones de euros cuando seguimos pidiendo la independencia y no somos capaces de modificar el propio presupuesto para atender a la sanidad.

Está claro que los sujetos que actualmente están malgobernando Catalunya, tienen un grave problema cognitivo para comprender la gestión de sus interdependencias. No sólo se desdibuja su responsabilidad institucional cuando más les conviene, sino que son incapaces que ofrecer una unidad aunque sea estética ante sus ciudadanos y ciudadanas. Con estos actores, con estas dinámicas, no habrá federalismo posible: éste requiere inteligencia colectiva, compromiso y visión global, todo lo contrario al provincianismo.

Bouvier, A. (2003) “Dans quelle mesure la théorie sociale de James S. Coleman est elle trop parcimonieuse?”, Revue Française de Sociologie, 44, 2, pp.331-356.

Coleman, J. (1974) Power and the organization of society, New York, W. W. Norton.

Lazega, E. y Pattison, P. (1999) “Multiplexity, generalized exchange and cooperation in organizations” Social networks, 21, pp.67-90.

Lazega, E. (1992) The micropolitics of knowledge, New York, Aldine de Gruyter.

Isabel Sierra

@IsabelSierraNav

Psicòloga

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