Para tratar el tema de la economía circular, busquemos modelos en la propia naturaleza. Hay dos maneras extremas de organización de un ecosistema: los que se basan en la madurez (como la selva tropical) o los distróficos (una balsa de agua maloliente). En una selva tropical todo es equilibrio, no se producen excedentes, el sistema funciona basado en el reciclado de materia y energía, la diversidad es muy alta. En cambio, en una charca contaminada los ciclos se rompen, hay subproductos y excedentes indeseables (como los propios malos olores) y la diversidad es muy baja ya que predominan unas pocas especies.
Por un momento también, pensemos cómo funcionaba la humanidad hace 300 años. La mayoría de la población era rural, se fabricaban sus propios alimentos o los intercambiaban con el vecino, los restos orgánicos eran aprovechados “in situ” como fertilizante, no se generaban residuos, la energía que utilizaban era la que tenían a mano (la leña o el carbón vegetal), la ocupación del territorio era pequeña ya que únicamente podían explotar lo que resultaba accesible a su propia fuerza o la de sus animales. Era por tanto, una economía absolutamente circular, cerrada en sí misma, sin excedentes.
Tres factores han alterado profundamente este modelo en los últimos siglos: la preferencia por vivir en ciudades, el descubrimiento de las máquinas y el acceso a unas energías baratas y, en teoría, inagotables. Una ciudad no puede producir lo que necesita: debe importarlo de zonas cada vez más alejadas (antes eran las zonas rurales cercanas, ahora los espárragos vienen de Perú y las cerezas de Chile), lo que implica un consumo energético muy elevado (con un primer subproducto, los gases de efecto invernadero), estos alimentos necesitan envases llamativos e inútiles (el diseño euivocado), los restos orgánicos que generan se quedan en el lugar de consumo lo que supone necesidad de fertilización en el punto de fabricación y la producción de un residuo ajeno que debe tratarse, etc…. Hemos abierto el ciclo de consumo, concentramos en áreas muy concretas producciones de puntos muy alejados y lo podemos hacer gracias a la facilidad de transporte; los restos no vuelven a los puntos de origen.
Si por un momento repasamos la compra semanal de una familia media, ¿qué descubrimos?. Envases de cristal y plástico (inexistentes hace 300 años), abundancia de cartón; productos ya envueltos en porex y plástico, a veces con más envoltorio que contenido; anillas de plástico para packs de cervezas o refrescos; elementos de un solo uso, como las maquinillas de afeitar; el reciente invento de las fiambreras de plástico utilizadas en pescaderías y carnicerías, etc…. Es decir un porcentaje elevado de subproductos inútiles. Sinceramente, hacer obligatorio el cobro de las bolsas de plástico con asas a un precio irrisorio (y encima con propaganda del establecimiento), no es disuasivo ni eficaz en la reducción de excedentes ya que son sólo una pequeña parte del problema.
Hemos roto los equilibrios, nuestra economía productiva básica ha dejado de ser circular y el medio ambiente es el primer afectado. El petróleo es el ejemplo más evidente: la gasolina que consumimos instantáneamente en nuestro automóvil ha necesitado del orden de un millón de años en formarse. Es un recurso no renovable que emite un CO2 que durante años ha quedado capturado en el subsuelo.
En resumen, nuestra evolución social nos ha llevado de ser una selva tropical (con muchas deficiencias en libertades, sanidad y educación) a una charca maloliente. El reto está en conseguir que los logros sociales no sean a costa del planeta y hacer compatibles los términos eco-logía y eco-nomía. Un paso importante para ello es potenciar que nuestro modelo económico sea circular bajo dos parámetros fundamentales: la reducción en los consumos innecesarios y el reciclado de los excedentes en todas las fases de los ciclos productivos
Quizás demasiadas en ideas en poco espacio…


Ferran Vallespinós Riera
Dr. en Ciències biològiques, Investigador Científic del CSIC
Alcalde de Tiana (1995-2007)
Cada Àtom és una petita reflexió política de Club Còrtum