La soft política parece que ha llegado para quedarse

La política del eslogan parece que ha llegado para quedarse. Tras la crisis que empezó en 2008 y que para muchas personas aún dura, tengo la sensación de que los discursos que profundicen más allá del zasca tuitero han sido desterrados de la arena política. No se permite la discusión serena sobre ninguna materia y todo está supeditado a la nueva diosa imperante que es la Inmediatez, que ha destronado a la razón. Y eso está minando nuestra capacidad de análisis en general, y crítico en particular, y como consecuencia, pudriendo nuestra sociedad, hasta reducirla a 280 caracteres.

Pero en 280 no caben muchas cosas. En la superficialidad y en la búsqueda constante de la aprobación  de la grada hemos dejado de arriesgar en la defensa de lo que los ‘influencers’, los sofistas de las redes, han tachado ya de antiguo, que son los valores de la sociedad que hemos construido a partir de la Revolución Francesa. Esos pedruscos lingüísticos que son la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad y que ahora han desertado de la actual práctica de la política del eslogan. Los hemos cambiado por banderas, selfies y mucho postureo.

Y eso nos ha llevado a diluirnos, sobre todo a la izquierda, hasta el punto de que mucha gente hoy en nuestro país no sabe distinguir entre quiénes están a un lado y quiénes están al otro. La dictadura del like nos está llevando a aceptar comportamientos y actitudes que hasta hace no mucho habríamos señalado y, lo más importante, no permitido ni aceptado a nuestro lado. Queremos quedar bien con todo el mundo y eso lleva a quienes toman la palabra en otro sentido y presumen no estar subyugados a la ‘tiranía de lo políticamente correcto’ (vaya ‘tiranía’ esa de defender los Derechos Humanos), como es la ultraderecha, a avanzar posiciones que no sabemos si podremos volver a recuperar. Ahí están Trump, Salvini o Le Penn como ejemplos aventajados de los nuevos dirigentes y políticas que nos esperan si quienes defendemos que las personas no son de primera unas y otras de segunda, no levantamos la cabeza y la voz para decir basta, a veces incluso contra personas que tenemos muy cerca.

 

Núria González

Abogada

 

 

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