Un eufemismo para silenciar la palabra tabú

El 20 de mayo el comité catalán de personas con discapacidad (COCARMI) emitió un comunicado a la prensa y realizó una campaña (no cambies mi nombre ayúdame a cambiar la realidad), en donde quería trasmitir a la sociedad a través de los medios que al colectivo que representan se los denomine como personas con discapacidad, que es, por otro lado, a la conclusión que llegó la convención de la O.N.U. el 13 de diciembre de 2006, y no se extienda los términos diversidad funcional los cuales últimamente parece que se estén imponiendo en la realidad construida de la discapacidad. Decía el comunicado que los términos diversidad funcional no ayudan a visibilizar precisamente a las personas que tenemos esta característica ya que cuando hablas de diversidad funcional son muchas las personas que no saben exactamente de lo que se está hablando, y cuando lo sabes te da la sensación, tal como dice un refrán aquí en Cataluña, que se quiera poner agua al vino, es decir, diluir o rodear el concepto de persona con discapacidad. Asimismo, hay que tener en cuenta los problemas jurídicos que podría causar el utilizar el eufemismo y no la palabra o expresión concreta que es en la esfera de la justicia la que se impone, ya que así se les denomina en todas las leyes de accesibilidad, dependencia etc.

En mi opinión el tema no es baladí, porque en todo activismo ganar posición en el relato mediático o imaginario colectivo también es un objetivo en sí mismo, ya que efectivamente las realidades construidas en la sociedad sí que tienen una repercusión directa en nosotros. Por ejemplo, y me parece que todavía queda un tiempo, hablamos siempre de sociedad inclusiva porque obviamente vivimos en una sociedad que es exclusiva,  que no admite al diferente porque son o somos incapaces de incluir las diferencias; porque díganme y acompáñenme en esta imagen: seguramente tienen algún conocido, compañero de trabajo, familiar o pareja que entre otras características tiene la de una discapacidad, pregúntense entonces si son conocidos, compañeros, familiares o parejas inclusivas; no hace falta que me respondan, la respuesta es que no, y ¿por qué hablamos entonces de sociedad inclusiva? ¿Qué diferencia hay entre el ciudadano, así en genérico, o la lista de estatus a la que me he referido anteriormente?, pues si efectivamente la única diferencia es la afectividad, cuando esta existe desaparece el concepto de inclusión, porque la mirada es una mirada empática de afecto hacia la persona y por tanto la discapacidad se convierte únicamente en un rasgo más de ese sujeto afectivo, con vuestras diferencias, las suyas las tuyas, las nuestras las vuestras; diferencias que se comparten construyendo en ese entorno afectivo el ambiente más agradable y confortable para vosotros, nosotros…, eso sí con una mirada o una realidad, mejor dicho, que no tiene nada que ver con el relato construido hace tantos años del discapacitado al que se le mira como el diferente o ser inacabado, y por tanto la sociedad tiene que incluir al excluido.

¿Qué podemos hacer cuando no hay nexos afectivos?, pues en mi opinión modificar el relato, cambiar la realidad, es decir, poner como la primera de nuestras miradas la de la igualdad; ya sé… que puede parecer presuntuoso, utópico, porque todos, aparte de ciudadanos, somos individuos, pero es también por eso que la igualdad también sirve como la primera de las miradas que tenemos que tener para con nuestros convecinos, porque todos somos excepciones, se trata entonces de compartir lo que tenemos de tú a tú, con una mirada empática y con la actitud de escuchar al otro y ser escuchado, con la actitud de conversar y no tanto la de evaluar al otro, no vaya a ser que de tanto evaluar nos perdamos el conocer al otro.

Con este prisma del querer compartir de verdad con el otro es seguro que los espacios, actividades, las ciudades las pensaremos para cualquiera (lo que el sabio profesor Carlos Skliar llama el concepto de cualquieridad), es decir, pensar nuestros entornos para cualquiera. Debo decir que, aunque esto parezca un horizonte que nunca podremos alcanzar, hay veces que las utopías junto con la acción, que viene etimológicamente de la palabra hacer, se tornan realidad. Vivo en una ciudad en donde un audaz activista por la discapacidad, José María Ballesteros, cometió la osadía, cuando redactaban la Ley de la Accesibilidad en el Parlament de Cataluña, de hacer constar en la misma que según se fuera renovando la flota de autobuses estos tendrían que ser accesibles para cualquiera. Pues bien, el audaz activista consiguió que, en lo que respecta a la flota de autobuses de Barcelona, desde el 2006 sea real el concepto de cualquieridad, ya que todos sus vehículos son accesibles para todos, ese todo difuso y diverso que somos la ciudadanía; es esta mirada la que hace que, por ejemplo,  131 de las 156 estaciones de metro hoy en día sean también accesibles, lo que también significa que caminamos hacia ese concepto pero que queda un  largo trayecto por recorrer.

Es por lo que hoy he querido de nuevo recordar aquella campaña de COCARMI, en donde invitaban a la sociedad a que no nos cambiaran el concepto consensuado ,ya sea física, sensorial o intelectual, de que somos personas con discapacidad, y cuando pensaba en este artículo me acordaba, entre otros, de José María Ballesteros, para el que durante 40 años el activismo por la discapacidad ha sido su tarea cotidiana, y también del profesor Sklear, el cual honró a esta ciudad, entre otras cosas, con una magnífica conferencia que impartió en la clausura del congreso Barcelona Inclusiva en el año 2014 y que se titulaba Realidad Insoportable.

Con todo, me pregunté ¿qué pensarán José María Ballesteros o Karlos Skliar sobre utilizar el eufemismo? ¿qué pensarán ellos ante esta realidad insoportable de ruidos que no dejan escuchar, de silencios sonoros, de recortes insoportables? ¿es cierto que utilizando un eufemismo, suavizando el concepto, podremos ir modificando el relato construido en nuestro imaginario o lo que molesta en realidad es la blasfemia, la arrogancia, la mirada prepotente, las miradas que no ven a nadie más allá de alguno de los suyos? Es por eso que, en mi opinión, no estamos en tiempos de utilizar una frase indirecta (recursos discursivos que den rodeos a la discapacidad) ni en tiempo de ambigüedades, sino que creo que lo que debemos hacer es intentar transformar la realidad, es decir, reconstruir el relato que durante tantos años ha hecho que en el imaginario colectivo el discapacitado sea el diferente, el que menos vale… en definitiva cambiar nuestra realidad, y para eso también tenemos que modificar nuestro lenguaje e incluir las diferencias de todos.


Eugenio Sánchez Molina

@E_SanchezMolina

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https://lavidaenjuego18.blogspot.com/

 

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