Los sistemas morales necesitan estructuras sólidas e instituciones estables para mantenerse

Intervención de Cruz Leal en el debate: Ablación: torturadas por ser mujeres en el Casal Calabria 66. Una colaboracion de Club Còrtum con Radio Rebelde republicana

Fotos de Alex Miranda

Buenas tardes a todas las personas de la sala, agradezco que me hayan  invitado a unirme este 6 de febrero a la concienciación y rechazo de la práctica de la ablación. Lo cual me permite además incorporar, con las aportaciones de todas, un mayor conocimiento sobre un problema social que afecta a más de 140 millones de mujeres en todo el planeta.

Como trabajadora social, mi exposición parte de la duda a la hora de abordar la intervención social y del desconocimiento sobre cuáles serían las mejores políticas para la erradicación de la práctica de la ablación a las mujeres.

Como feminista militante no puedo obviar un problema que me compete y que mantiene similitudes con otros sucesos que afectan a las mujeres de todo el planeta y que aun adoptando distintas manifestaciones, tienen en común la imposición del acatamiento a los mandatos del patriarcado.

En el momento actual, todos los debates sociales de importancia tienen por protagonista a las mujeres, esto es debido a tres factores importantes;

-El primero; la emancipación de una parte de las mujeres, el deseo emancipatorio de la mayoría de ellas y el avance de las democracias (Su acceso a la formación, el trabajo y la salud) establecen un nuevo marco que cuestiona las relaciones  entre sexos, y también entre las mujeres y el poder de sus comunidades.

-La segunda, las dimensiones: “problemas de mujeres” es así  como se refieren a los problemas que  nos ocasionan y luego se aparcan para más tarde. Problemas que afectan a más de la mitad de la población, aunque esto no es exacto, ya que la responsabilidad de las mujeres sobre la infancia y las dependencias han sido tan naturalizada, que cualquier política en relación con estos temas que no tenga en cuenta la repercusión en las mujeres será un fracaso. De esta manera las mujeres y nuestros apéndices somos las tres cuartas partes de la población. Nuestros problemas ya solo pueden ser enfocados como “wicked problems” o problemas malditos, porque no pueden ser abordados de manera lineal como algo sencillo, causa efecto. Sino que es preciso tratarlos como un entramado complejo de interrelaciones y deben ser no solo entendidos, sino comprendidos, desde diferentes niveles; sociológico, económico, médico, político, jurídico, ético, cultural… son problemas que afectan a toda la sociedad.

-La tercera cuestión es la incidencia de la globalización que permite la libre circulación de capitales y productos pero impone restricciones a la circulación de personas, salvo que también sean productos cosificados en las redes del tráfico. Con la tecnología  se traspasan fronteras y ahora todos somos sujetos de influencias e influenciables, el modo de colonización es cultural y parte tanto del poder como de la transgresión. Los sistemas morales que son el aglutinante de las comunidades y necesitan estructuras sólidas e instituciones estables para mantenerse, ahora pueden ser cuestionados y diluidos.

Estas tres cuestiones (la nueva situación de las mujeres, la globalización y las cifras de afectas) no permiten planteamientos individualistas. Dado que hoy las mujeres, tenemos la plena conciencia de que somos multitud y sabemos que las dificultades de nuestra existencia son comunes a millones de mujeres, que se manifiestan de una o de una u otra manera, en diferentes contextos y circunstancias. Pero  todas tienen una causa común, la imposición del patriarcado como sistema de dominio y abuso.  Por lo tanto nuestros planteamientos desde el feminismo solo pueden ser universalistas.

Tampoco podemos arrugarnos ante planteamientos relativistas desde supuestas identidades que defienden privilegios ancestrales de unos pocos o que se adueñan de sus comunidades como algo ajeno al resto de” humanidades”.

La antropología nos enseña que desde la antigüedad más lejana todas las comunidades se referían a sí mismas como  los seres humanos, los que quedaban fuera de la comunidad eran los otros y no se les reconocía humanidad. Hoy en día esto no es posible porque la comunidad es global. La humanidad es solo una y los grupos no pueden mantenerse cerrados en contra de la voluntad de sus individuos.

Por supuesto que todas las culturas son universos de valores y que ninguna tiene derecho a marcar a otras el sistema a seguir como una imposición. El relativismo introduce una duda que es una cura de humildad para la comprensión de los sucesos sociales. Esta duda introduce el diálogo con los otros, algo imprescindible para la comprensión, el conocimiento y el reconocimiento de la humanidad compartida. Sin el diálogo la convivencia no resulta posible. Pero el relativismo es un sistema de pensamiento sofisticado que necesita de un marco concreto de honestidad y empatía, una inclinación hacia los demás, hacia la comprensión de su sufrimiento, o de lo contrario se traduce en la indiferencia del dejar hacer que justifica el abuso, la explotación o la violencia en nombre de prácticas antiguas cuyo significado se ha perdido. Sabemos que las relaciones humanas siempre son equilibrios de poder- contrapoder y este hecho siempre nos impele a tomar partido. Yo puedo ser relativista porque un suceso me importa mucho y quiero comprenderlo en todas sus dimensiones, o puedo ser relativista porque el hecho y sus afectadas me importan un pito y me son del todo indiferentes. Como diría Amelia Valcárcel, hay un relativismo de mala ley. Yo añado un relativismo que se ha introducido en nuestras vidas desde una ideología neoliberal del sálvate tú mismo y todo tiene un precio en el sagrado templo del mercado, un neoliberalismo que es antisocial y anticivilizatorio.

Todo lo dicho tiene una relación con la práctica de  la ablación y nuestro rechazo de la misma. Desde un análisis antropológico la ablación tiene su origen en prácticas ancestrales de identidad de grupo utilizadas en todas las culturas. Nuestro cuerpo es el soporte de nuestra humanidad y se marcaba para reconocer a los individuos de la propia comunidad (escarificaciones, pinturas, cortes, deformaciones de cuellos –mujeres jirafa- , de pies –mujeres chinas-,  labios, tatuajes…) perviven en el rito y el temor a las consecuencias si este no se cumple. Y la experteza de su realización queda dentro de la comunidad. Los ritos de marcas en el sexo añaden un mayor simbolismo y su interpretación es más compleja, se asocian a los ritos de paso a la adultez en ambos sexos, pero aunque los mapas de la circuncisión y ablación coinciden hay diferentes connotaciones.

Hay referencias a la circuncisión en la biblia mucho más antigua que el Corán, pero no las hay a la ablación. Su origen no es religioso. Su aparición puede estar en relación con el temor a  la pérdida de la fidelidad al grupo y el temor a la disgregación de sus miembros. Las mujeres sujetas al espacio privado  y a la labor del cuidado de la comunidad, tienen encomendada la misión de proteger los lazos de unión y asumen responsabilidad sobre toda la comunidad. La ablación para las mujeres puede ser un rito de paso, prueba de superación del dolor, pero también prueba de sumisión al grupo,  de acatamiento y de negación de su individualidad, de negación de su reconocimiento como persona única. Solo existen en comunidad y se deben a ella, existen solo porque existen para otros.

El cuerpo de la mujer siempre ha sido un gran misterio por sus trasformaciones; su capacidad biológica para la maternidad; sus procesos cíclicos como la menstruación. La incomprensión de estos procesos los ha transformado en tabú. El hecho de que se tardara en asociar sexo y paternidad marcó un precedente y contribuyó a que al cuerpo de la mujer se le dotara de atributos simbólicos con capacidades mágicas  para el bien (la maternidad) o el mal (causar la muerte o enfermedades).

Sobre nuestro cuerpo penden tanto la responsabilidad, como la culpa. Son cuerpos para la reproducción y la maternidad que sostiene el grupo; para la producción constante de bienes; para la esclavitud; y para la culpa, en muchas culturas (los Dani en Papua cortaban las falanges a las mujeres por la muerte de un familiar en señal de duelo. Nuestros ciclos menstruales ocasionan todo tipo de males y hacen que nos tengan que apartar mientras suceden). En culturas precientíficas en las que la explicación de los sucesos se hace a través de complejas historias cargadas de simbolismo, nuestros cuerpos y todos sus sucesos pueden ser tanto una posibilidad de supervivencia del grupo como, una historia de terror.

La cuestión es que la pervivencia de este tipo de culturas es marginal y vivimos en una realidad científica, pero en cambio hay insistencia en la difusión y expansión de determinados ritos atávicos. Uno de ellos es la ablación que, en estos momentos se puede sumar a los tipos de uso que se hace del cuerpo de las mujeres en las culturas occidentales y al mismo tiempo ser una herramienta política de control de las comunidades a través de los cuerpos de ellas.

En el primer caso vemos como el cuerpo de las mujeres es un gran negocio que sirve de reclamo para la venta de cualquier producto. Los mismos cuerpos se ponen en venta para la reproducción o la lactancia; también para la prostitución y mantenimiento del plus de masculinidad  necesario para mantener el sistema patriarcal; y también es utilizado como arma de guerra para romper la resistencia de las comunidades a través de la violación sistemática.

La ablación está perdiendo su justificación en sus comunidades, porque esas comunidades están cambiando y se están asimilando a otros mundos de su proximidad. Y este es el motivo de su justificación religiosa. El islam, en algunas corrientes, le da cobertura como medida de control político ejercido a través de una práctica ritual diferenciadora y traumática. Volvemos a las marcas ancestrales de la tribu, las que nos identifican y diferencian. Tolerar y aceptar la práctica de la ablación cuando ya no existe justificación alguna, es la prueba de acatamiento comunitario a sus prefectos (imanes) y garantiza la fijación y expansión de su fe y su sistema moral.  La justificación religiosa es una manera de justificar lo que sería imposible desde un sistema de derecho y menos aún desde un sistema de derechos humanos.

Ahora bien hay que añadir otro matiz que me compete como mujer y feminista; hay marcas identitarias externas como pudieran ser el atuendo o el velo, que como todas las marcas tienen su propio significado y simbolismo, y que son suficientemente visibles. Por qué acudir a la ablación, hacerse esta pregunta me parece imprescindible.

Conviene recordar que a mediados del siglo pasado fue el movimiento feminista el que marcó las directrices de la llamada revolución sexual. Las mujeres pasamos a ser seres deseantes y descubrimos nuestra sexualidad y el placer como derecho, tomamos el control sobre nuestros cuerpos y la reproducción dejó de ser algo comunitario para ser una decisión propia. Apropiarnos de nuestra capacidad de sentir y desear, aceptar y descubrir nuestra sexualidad nos hizo iguales, complejas y humanas.  Las relaciones sociales se transformaron por completo. Dejamos de ser “los otros” con nuestras marcas y nos convertimos en “los seres humanos” en condiciones de igualdad. Desde entonces ha sucedido un hecho revolucionario, la más grande e incruenta de las revoluciones que se ha gestado en un proceso desde lo íntimo a lo público, desde lo personal a lo político. El descubrimiento personal y de “los otros” en igualdad es un hecho sin precedentes. Por supuesto que esta revolución no ha acabado, incluso puede que sea algo más que incipiente según los contextos, como todas es un proceso constante de cambio y descubrimiento y de fijación de un nuevo sistema de valores. Y por supuesto que en estos momentos está amenazada de retroceso, de un serio retroceso.

Por eso es pertinente la pregunta  de por qué en estos momentos todavía hay quien defienda o tolere la ablación. Ahora tenemos conciencia de que este hecho acarrea sufrimiento, por qué imponerlo. A no ser que alguien decida que nuestro cuerpo es una herramienta o es su campo de batalla y, nos viva tan extrañamente que no empatice con nuestro dolor, que le resulte ajeno, cegado por el fanatismo o por el convencimiento de que las mujeres no somos seres humanos y no tenemos derecho a serlo.

Como exponía al inicio queda por saber; cuáles son los mejores mecanismos de difusión y conocimiento del hecho, de toma de conciencia sobre sus causas y consecuencias; y cuáles serían también las mejores intervenciones para su erradicación y prevención, tanto en los países de origen como en las tierras de migración; y por último cómo debe ser nuestra relación con los países que realizan esta práctica y cómo debe ser la relación con sus mujeres y comunidades.

De todo lo anterior hace tiempo que el feminismo se ha hecho eco, no solo como toma de conciencia y reivindicación también  como exigencia política que es el marco legítimo de nuestra lucha. El mundo ha sido construido a la medida de los hombres y a las mujeres nos resulta pequeño, tanto como sus limitados intereses. El discurso político ha sido construido desde su mirada.  Si hay algo que atraviesa por igual todo el espectro político partidista son el machismo y la misoginia. El patriarcado ha hecho una excelente labor de socialización y también podemos decir que tampoco las mujeres se escapan a sus mandatos. Es solo a través de la toma de conciencia de que nuestro dolor, sufrimiento y frustración son algo compartido con otras muchas mujeres,  y tras enfrentarnos a nuestras propias contradicciones y temores que podemos liberarnos de nuestra propia misoginia y machismo que nos han sido inculcados. Solo con un profundo proceso personal podemos librarnos del odio a nosotras mismas y no acatar la sumisión que el patriarcado nos impone.

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