Bullying: Sin cómplices no hay maltrato

Un día en la escuela un niño, pongamos que David, comienza a recibir malostratos por parte de un compañero: le roba el bocadillo, le baja los pantalones, le tira los libros por la ventana… ¿Qué ocurre con el resto de sus compañeros?

Lamentablemente lo que sucede con frecuencia es que poco a poco los compañeros de David se pondrán de parte de su acosador. Y a medida que los maltratos se vayan repitiendo, cada vez más compañeros reirán las gracias del matón de la clase. Poco a poco David quedará estigmatizado. Será el “pringao” de la clase. En cambio el maltratador se convertirá en una especie de líder para aquellos compañeros que actúan como público, que no le hacen nada  a David, pero que refuerzan el papel de su maltratador al actuar como claca y reir, incluso esperar, un nuevo maltrato, una nueva oportunidad de echarse unas risas a costa de David.

Hay otro tipo de complicidad pasiva. La de los observadores, la de los que saben y callan. La de aquellos que no comulgan ni encuentran divertidas las humillaciones que vive David, pero que deciden callarse para no convertirse en víctimas. Mientras el maltratador esté entretenido con David, no les hará nada a ellos. Así que en cierta manera ya les está bien. Optan, sin saberlo, por convertirse en colaboradores necesarios. Mientras, David está cada vez más solo, más aislado, más abandonado.

Las consecuencias de todo ello acaban siendo profundas, una baja autoestima, actitudes pasivas, trastornos emocionales, problemas psicosomáticos, depresión, ansiedad, pensamientos suicidas que en demasiadas ocasiones se materializan…. A parte de situaciones como el lógico fracaso escolar consecuencia del desinterés lógico por una escuela que para las víctimas se ha convertido en una auténtica cámara de tortura.

Las víctimas del acoso escolar se encuentran dentro de un túnel que no tiene luz al final y del que nadie le ayuda a salir: sus compañeros de clase son quienes le han metido ahí, los padres en la mayoría de los casos no lo saben.

Un tema complicado que exige demasiada madurez a los niños que contemplan desde lejos la injusticia, de los compañeros que observan en silencio, en su reacción como grupo, porque lamentablemente es cierto, que actuar de forma individual no hace nada más que facilitar otra víctima al maltratador. Y también en atacar a la claca, en hacerles preguntar si también reirían si la persona que sufre maltrato fuera su hermana o alguno de sus seres queridos.

 

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