Cuando hace unos días el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, afirmó que los países del sur de Europa no podían “gastar el dinero en copas y mujeres y luego pedir ayuda” puso de manifiesto las auténticas razones por las que el proyecto de la Unión Europea está viviendo hoy la mayor crisis desde su fundación.
Porque la Unión, comenzó a vacilar cuando traicionó sus valores a la hora de afrontar la catástrofe griega, cuando los mismos que callaron sabiendo que las cuentas presentadas por los gobiernos de Grecia para poder entrar en el euro eran dudosas, decidieron lanzar por la borda la solidaridad europea y castigar con una dureza inusitada al pueblo griego.
Lo mismo ocurrió en Portugal, y por muy poco no pasó aquí. Dijsselbloem es el hombre que desde la presidencia del Eurogrupo -una especie de tribuna informal que reúne a los ministros de economía y finanzas que forman parte del la Zona Euro- dirigió una insolidaria campaña destinada a que los bancos socializaran sus pérdidas a costa de un crecimiento inusitado del paro y del desmantelamiento del estado del bienestar en el sur del continente, en un ejercicio de cinismo que sirvió para poner la primera carga de de profundidad en los cimientos de la Unión Europea.
Dijsselbloem nos viene a decir ¿para qué ser solidarios? Y lanza unos argumentos cargados de testosterona, no muy diferentes de los que utiliza la ultraderecha antieuropeista a la que se van acercando los votantes socialdemócratas que han abandonado a su partido. Tal vez sus palabras sean un intento de recuperar ese espacio, aún a costa de fracturar aún más la Unión.
Europa nació para ser un mercado, pero también una garantía de paz en un continente demasiado castigado por enfrentamientos seculares que culminaron en dos desgarradoras guerras mundiales. El resultado fue la pérdida de relevancia política mundial, en un mundo que había sido literalmente suyo, y la toma de una conciencia clara de que, para volver a tener la oportunidad de ser escuchados, era necesario que los países europeos fueran de la mano
Las palabras de Dijsselbloem no sólo eran ofensivas para portugueses, italianos, españoles y griegos. Eran un insulto a todos los europeos que soñaron un continente unido.
No menos decepcionante resulta comprobar cómo tras la superioridad moral que desprenden las palabras del presidente del Eurogrupo se esconde una visión machista del mundo, en el que una buena juerga no puede concebirse sin pagar unas cuantas copas y unas cuantas mujeres. Es decir, sin reducir a la mujer, a la mitad de la población europea, a la simple categoría de cosa.
Los gobiernos de Portugal y de Italia ya han pedido su cabeza. Tal vez hayan decidido sacan de paseo una dignidad que aquí, en España, aún tenemos escondida por algún cajón, no sea que alguien se enfade.
Creemos que son los ciudadanos, y no los gobiernos, quienes deben salir a defender Europa. Una forma de hacerlo, de comenzar a democratizar de una vez por todas la Unión Europea, es limpiarla de personas que no merecen representarla. Por eso hemos iniciado esta campaña de recogida de firmas.
Aún no son demasiadas, sólo 108 en el momento de escribir este artículo, pero tal vez su valor no resida tanto en el número como en el grito a favor de una Europa unida, transparente y democrática, capaz de representar dignamente a sus ciudadanos, que hay tras cada una de ellas.
¿Te unes a nosotros? Basta con firmar esta petición.